Wagnerismo austral
Cuando se está cumpliendo el segundo centenario de Wagner, la Asociación Wagneriana de Buenos Aires estrena también un segundo siglo de vida, pues fue fundada en 1912. Entre sus iniciadores figuró el maestro Carlos López Buchardo, uno de los principales exponentes del nacionalismo musical argentino. Dio así prueba de la doble vertiente de aquella cultura portuaria que el ensayista Bernardo Canal Feijoo denominó como de “los confines de Occidente”.
En efecto, Buenos Aires era ya una ciudad, en cierto modo, wagnerizada. A fines del siglo XIX, el belga Du Gouffre aleccionó con sus charlas y publicaciones a los jóvenes modernistas,encabezados por Rubén Darío, en la vulgata wagneriana. Luego, a comnienzos del XX, Arturo Toscanini, vecino porteño por dos años, ofreció sus primicias, entre las cuales un memorable ejemplo de lectura wagneriana y latina: Tristán e Isolda en el teatro de la Ópera –el Colón todavía no estaba disponible– con Amelia Pinto y Amedeo Bassi. Y así la capital sudamericana conoció paradigmas de dirección wagneriana en manos de Klemperer, Busch, Erich Kleiber y Furtwängler. Como dato pintoresco conste que la primera emisión de radio –con receptores a galena– se hizo experimentalmente, allá por 1920, desde la terraza del teatro Coliseum mientras Felix von Weingartner dirigía Parsifal. La organizó un médico muy melómano, empresario de espectáculos: Enrique Telémaco Susini.
Pertenezco a la promoción de melófilos porteños a quienes enseñaron wagnerismo Ferdinand Leitner y Erich Leinsdorff, sin olvidar la tradición toscaniniana renovada por Fernando Previtali. A pesar de sus proclamas nacionalistas, el arte de Wagner es universal y cabe leerlo desde la claridad mediterránea del Sur. No sólo del Sur europeo sino también de aquellos confines de Occidente.