Vuk Draskovic y El extraño caso del doctor Arón
Lo ignoramos todo de los Balcanes. Recuerdo hace veinte años: todo nos pilló de sorpresa. La guerra civil de Yugoslavia estalló porque una minoría muy activa en cada nación, región, comunidad, ciudad, aldea se propuso reavivar el pasado en una sola dirección: “Patricios, pueblo, herederos sólo del odio”, como exclamó Simon Bocanegra. Desde luego, quien esté libre de ese tipo de pecado, que arroje la primera piedra. Los españoles no podemos darles a nadie lecciones después “aquella” la guerra civil.
Ahora nos llega una novela que es un oratorio, El doctor Arón, del escritor y político serbio Vuk Draskovic (traducción de Juan Fernández Elorriaga, Endymion, 2011). En los oratorios hay un coro, y puede haber acción dramática o alusión confesional. Lo irracional le da poética a lo que de otro modo sería un reparto de ejemplaridades de pequeño racionalismo. No despreciemos la razón, como hicieron nuestros antepasados en nuestra guerra y como hicieron lo yugoslavos en la suya. Pero la razón a veces no conoce ciertas razones, como afirma la muy conocida frase de Pascal. La tertulia del doctor Arón en Belgrado reúne personajes de toda índole en aquella Yugoslavia que presenciaba la muerte de Josif Broz, Tito. Es decir, estamos en la primavera de 1980, y el dictador agoniza. El partido comunista trata de conservar el poder. Pero ese poder está envenenado por el ejercicio corrompido del propio partido, mas también por las regiones, naciones, pasados y presentes demasiado teñidos de leyenda lejana. ¿Qué se puede hacer con pueblo, como el croata, que tiene una minoría victoriosa de gentes que se enorgullecen de su pasado colaboracionista con la Alemania nazi? ¿Qué se puede hacer con un pueblo, como el serbio, que no olvida la batalla de Kosovo, que tuvo lugar, Dios mío, a finales del siglo XIV?
Draskovic ajusta cuentas con esa batalla, y ofrece una visión a vista de pájaro a modo de ciencia ficción y parábola, todo en uno. Y ajusta cuentas con los ustachis croatas, atribuyéndoles el homicidio de una dama al grito de “Serbios a la horca, judíos a las cadenas”, compendio de una serie de crímenes que llevaron a lo que hace veinte años se consideró inevitable. No lo era, pero algunos ya lo habían advertido. No puede ser eso inevitable si hay millón y medio de matrimonios mixtos. “No hay defensa posible, la basura vuelve y vence”, dice Arón (p. 171). Y no crean que se advirtió sólo en medios intelectuales de alto voltaje. Tengo delante de mí un ejemplar de National Geographic (vol. 178, nº 2, agosto de 1990) con un reportaje amplio, Yugoslavia, a House much divided. Ahí se prevé que va a haber enfrentamiento, guerra incluso. No puede preverse todo lo que pasó, claro. En parte, está presente en la tertulia de Arón, milagroso doctor que cura cosas y casos muy raros en aquel Belgrado. Y en los personajes que le rodean. “Sus pacientes habían dejado de ser verdaderos pacientes. Se habían convertido en médicos y siquiatras de un país agonizante” (p. 215). Pero ¿y ese joven americano que llega a casa del doctor Arón con un dibujo-foto que no se sabe si refleja el pasado o el porvenir y que constituye el gran misterio de esta bella novela de altísimo nivel poético?
Draskovic cuenta la carrera hacia el cataclismo después de la muerte de Tito (p. 213). “Heridas mal cerradas empezaban a agrietar el corazón paradisíaco” (p. 214). El autor se ríe, se burla y se duele de la convicción serbia de ser los mayores héroes, los mejores, los más altruistas (p. 298); o de su apego irrenunciable a sus mitos y mentiras (p. 278). El oratorio de Draskovic tiene momentos solistas, claro está. Algunos de especial humor esperpéntico, como la detención, pasión y liberación del joven escritor Gavrilo Buric debido a ciertas burlas suyas sobre el pobre Tito, que en esos momentos agonizaba en Ljubljana (ahora capital de la independiente y muy pequeña Eslovenia). Pero el momento solista más relevante, más elevado, más hermoso es el del viaje a Israel del doctor Arón, que merecería un estudio por sí solo. Y entre los misterios, el misterio: las puertas del tiempo. Jugué yo mismo con las puertas del tiempo en un libro llamado Eurídice y la sombra. Pero estas puertas de Draskovic me resultan más verdaderas que las que yo sólo sugerí. Y me recuerdas las puertas de Azorín en un viejo libro que tiene ahora algo más de cien años: “No hay dos puertas iguales; respetadlas todos. Yo siento una profunda veneración por ellas; porque sabed que hay un instante en nuestra vida, un instante único, supremo, en que detrás de una puerta que vamos a abrir está nuestra felicidad o nuestro infortunio” (Confesiones de un pequeño filósofo). No adelantaré qué es lo que hay tras las puertas del tiempo que cruza Arón y que cruzan algunos de sus invitados.
Hay un equilibrio en este libro, que recomendamos con calor, entre el canto coral y el canto solista; entre el canto mismo y el recitativo; entre el misterio y la contundencia de los datos; entre lirismo y épica; entre burla y pavor. No falta, claro está, el humor satírico tan propio de las tierras en las que el horror y la falta de libertades ocupan tanto espacio. También en eso tenemos nosotros historia. Recuerden este libro. Recuerden este autor. Recuerden los Balcanes. Por ejemplo: entre Sarajevo y Sarajevo, de 1914 a 1995. Menos mal que existen escritores como el serbio Vuk Draskovic y la croata Dubravka Ugresic, ajenos al chauvinismo criminal de las patrias. Decimos esto desde Madrid, ciudad que creo que todavía alberga el cadáver apestoso de Ante Pavelic, protegido del franquismo.
1 comentario para “Vuk Draskovic y El extraño caso del doctor Arón”
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