Volteriana
En el Diccionario filosófico de Voltaire, al menos en la edición Folio que tengo, no hay un artículo dedicado a la música. No creo que el escritor fuera sordo al arte sonoro, en un medio donde el mismo, en el esplendor del estilo galante, deambulaba por todos los salones. No obstante la ausencia, el artículo “Cuerpo” permite alguna reflexión sobre el tema.
En ese texto, Voltaire comenta con su habitual ironía los diálogos entre Hylas y Filonous del colega inglés Berkeley, maestro del idealismo subjetivo. Dice el isleño que cuando nos referimos a un objeto sólo somos capaces de decir lo que nuestros sentidos perciben y no lo que el objeto como tal nos ofrece de su realidad justamente objetiva. Veo a María y esto no prueba que María exista sino que mis ojos experimentan lo que creen ver. Voltaire ironiza sobre el asunto al preguntarse si lo que sentimos cuando sentimos nuestro cuerpo – lo que hoy llamaríamos cenestesia – es también un ejercicio de nuestros sentidos, es decir de los sentidos que están en nuestro cuerpo. Más sencillo y picante habría sido preguntarle al señor Berkeley qué ve cuando se mira en un espejo, pero ninguno de los dos, ni B ni V, lo hicieron.
Lo que Voltaire intenta razonar, poniendo en cuestión a Berkeley, es el problema del Quién o el Sujeto que siente lo que sus sentidos sienten. Voltaire lo reduce al absurdo: tampoco existe realmente el cuerpo de quien siente lo que sus sentidos sienten, en cuyo caso tanto el sujeto que percibe como el mundo percibido serían una suerte de engañosa metafísica sin fundamento alguno, una nadería seguramente indigna de que los filósofos se ocupen de ella, salvo los que se declaren nítidamente nihilistas.
Desde luego, Voltaire se está preguntando por el fundamento y es ahí donde la música podría haberle echado una mano. En efecto, aun cuando pensemos como Berkeley, que la música que escuchamos es una ilusión de nuestro oído, la partitura muda y sorda que la sostiene no lo es, si acaso es una ilusión óptica de nuestros ojos. Pero al sentir el sonido en todo nuestro cuerpo, nuestro objeto es nuestro sujeto y esa fusión, precisamente, es lo que llamamos fundamento. ¿Era Berkeley sordo a la música? Voltaire se lo podría haber hecho saber y le habría ganado por la mano. Habría bastado una sonata de Marin Marais o un concierto de Rameau.
Blas Matamoro