Virtuosos
La palabra virtuoso proviene del latín vir, que quiere decir varón. De tal modo, y obedeciendo al sexismo que impregna las lenguas, quien tiene virtud es porque tiene algo de viril, aunque sea mujer. Pero en el mundo de la música, el o la virtuosa, que también las hay, es una categoría que aparece en el siglo XIX, cuando ya había habido millones de ellas y ellos en la historia.
En efecto, todavía en el siglo XVIII el músico era, en general, un sirviente de las cortes, dependiente del mecenazgo de los señores. En la centuria posterior, el músico se va transformando en un individuo poderoso que domina los sentimientos del público. Enseña a reconocerlos, los excita, los exalta. Es entonces cuando aparecen los/las virtuosos/as.
La enorme fama que cosechan es, como todo prestigio, polar y ambiguo. Se reconoce, se aplaude y se paga abundantemente su destreza pero, a la vez, se sospecha que hay algo de anómalo en él/ella. De Paganini se dijo que había obtenido su asombrosa facilidad con el violín gracias a un pacto con el Demonio. Hasta se atribuía a sus años en la cárcel por haber matado a su amante, el haber adquirido el virtuosismo. A veces tocaba con una cuerda sola y no faltó quien la considerase hecha con una tripa de la difunta.
De Liszt el renombre era más amable. Se reducía –¿reducía? – a los desmayos que provocaba entre las espectadoras y a la generosa lista de sus amantes, todas tituladas o célebres por sus artes no sólo eróticas sino artísticas o literarias.
Hoy la leyenda ha cedido el paso a la admiración por la obra cumplida. Pero queda en el aire una reflexión añadida. No parece casual que el virtuosismo técnico de los músicos románticos coincida con el desarrollo de la primera revolución industrial, la de máquinas con motores de vapor, el ferrocarril, el telégrafo y otras delicias utilitarias de la modernidad. La técnica o las técnicas gozaban de prestigios en alza. El artista tecnificado al máximo se incorporaba al movimiento de las ciencias y los ingenios mecánicos. Es para pensarlo. O para creer que también los científicos habían pactado con Satanás.