Unos maestros muy maleducados
Los maestros cantores de Nuremberg, de hecho la única comedia de Wagner, contiene una de las más hermosas oberturas de la historia, tres monumentales finales de intrincada polifonía, un antológico quinteto, dos canciones tan corrientitas que las podrían haber suscrito Millöcker o Von Suppé, una densidad orquestal abusiva para una comedia, un humorismo bastante tontucio y cuatro horas de literatura dramática reiterativa y circular. Como en otros casos del mismo genial autor – Parsifal es el caso extremo – impone un desafío a los directores de escena, que nunca saben cómo aligerar un trámite leve y divertido para armonizarlo con el grotesco Beckmesser y la gravedad melancólica del zapatero poeta Hans Sachs.
En la actual temporada muniquesa de verano y al aire libre, David Bösch propuso una versión “actualizada” de la obra. Digo actualizada porque está ambientada en un suburbio cutre y lumpenizado de una gran ciudad contemporánea, reproducido con minucia hiperrealista. Los anacronismos pueden ser un recurso válido para traducir cualquier pieza de teatro pero la fidelidad realista casa radicalmente mal con Wagner, con sus ínfulas patrióticas y su majestuosidad sentimental de cuño irrenunciablemente romántico.
Los maestros cantores, por su parte, son la evocación circunstanciada de una ciudad tardomedieval, con sus gremios de maestros y aprendices, sus corales de arcaica polifonía, sus juegos florales, sus bailetes callejeros y una colección de poetas cantores extraídos de la pequeña burguesía artesana. El aspirante a maestro cantor es un muchacho con gustos lógicamente juveniles, en plan de juventud alemana de 1868, cuando la obra se estrenó. Si se trata de convertirlo en un gamberro suburbano sin afeitar, con chupa de cuero, pantalones vaqueros y zapatillas, es muy probable que la mayoría de sus réplicas carezcan de sentido. El mundo de Wagner nada tiene de arrabal marginado, bajos fondos, contracultura y maneras desmañadas.
No juzgo la representación. Voy simplemente a lo conceptual. Añado una censura a la intención de ciertos puestistas actuales que quieren popularizar la ópera demostrando a la gente que se trata de un género gore, heavy, grunge o outsider. Aquí hay un error de cálculo. A esa gente, Wagner le va a gustar o disgustar tal cual es, quiero decir tal cual suenan cantadas, con su música, sus palabras. Son lentejas. Las tomas o las dejas. No perritos calientes ni hamburguesas con ketchup. De lo contrario, es posible que un espectador novato entienda que la ópera es algo minoritario para iniciados fanáticos que cualquier ciudadano común y corriente llevaría a una consulta psiquiátrica.
Blas Matamoro
Los maestros cantores de Nürenberg en la producción de David Bösch en la Bayerische Staatsoper.