Una página de Rousseau
El caso de Jean-Jacques Rousseau es el infrecuente de un escritor que fue, a la vez, músico: compositor y polemista en el debate musical habido en Francia en la segunda mitad del siglo XVIII. En su novela Julia o la nueva Eloísa (1761) discurre apretadamente sobre la relación, siempre difícil de aclarar, entre aquellas dos artes. El relato es epistolar y el personaje de Saint-Preux escribe a su amada Julia las impresiones que le produce una sesión de música vocal (Primera Parte, carta 48).
En principio, el joven filósofo toma una actitud dieciochesca ante la música: un fenómeno mecánico y físico que consiste en halagar al oído con unos sonidos placenteros. Después comprende que hay algo más, “el vínculo potente y secreto entre las pasiones y los sonidos”, magnificado por el hecho de que la música, al revés que las demás artes, no es imitativa. Un escritor imita un paisaje describiéndolo, lo mismo que un pintor, lo mismo que un escultor respecto a un cuerpo humano o animal. Pero la música, libre de estas servidumbres, por el simple encuentro de la melodía y la armonía, nos dice lo que no podemos decir, lo que ocurre en un ámbito de intimidad, lo que sentimos. En este orden, la música carece de límites y adquiere una carácter de infinitud que le confiere incomparable grandeza. Es pura cualidad, algo inconmensurable en sus efectos.
De paso, Rousseau, por boca de su personaje, expresa su desdén por la música francesa, provista de una lengua sin acentos y de una retórica poética afectada y artificiosa. Los italianos, en cambio, poseen una lengua naturalmente musical cuya sonoridad se percibe crecida por el canto, de modo que se encuentran dos vibraciones afectivas de suprema intensidad.
Hoy, la polémica entre ambas escuelas tiene fecha y un mero interés histórico. Por el contrario, la pregunta implícita de Rousseau sigue en pie: ¿somos musicales porque tenemos sentimientos o sentimos porque la música nos enseña a sentir? Acaso sean lo mismo y la respuesta la podemos hallar en el hecho de que un niño, ya en el seno materno, en cuanto puede oír, manifiesta su contento ante músicas en modos mayores, y su temor y desagrado ante los modos menores. Prima la musica, doppo le parole.
Blas Matamoro