Una loa para Lope (2)
Esa comedia a la que me refiero es La noche de San Juan, y la ha representado la Compañía Nacional de Teatro Clásico hace dos o tres años.
La noche de San Juan se estrenó en los jardines del Conde de Monterrey, que estaban donde ahora hay un edificio al que llamamos Banco de España. No me pregunte v.m. qué es eso de Banco de España. Sería larga y prolija la respuesta, y tendría que utilizar conceptos extraños y anacrónicos para v.m.
Tres días. Toda una hazaña, querido poeta.
Le diré a mis contemporáneos que por entonces se le llamaba poeta al dramaturgo, al autor. Autor quería decir lo que ahora llamamos empresario.
Pero basta de historias y hazañas. Ahora, venga la loa. Que no es loa, sino puros versos suyos, de poeta. De poeta del teatro. Los he sacado de una de sus obras mayores: El castigo sin venganza, y creo que es un ejemplo insuperable de conceptismo. Hay quien dijo que es como el “ser o no ser” de la lengua o el teatro castellanos. Que Dios me perdone, yo creo que es mucho mejor.
Veamos.
El hijastro se dirige a la madrastra, que es de su edad. Y él la ama. Y ella lo ama a él. Como Fedra hubiese querido que la amara Hipólito. Lo cual es pecaminoso. Hoy han cambiado mucho las cosas, pero un caso así seguiría viéndose muy mal: Está muy feo que te guste la mujer de tu padre, francamente. Aunque tu padre sea un disipado, un libertino… un golfo.
Permítame v.m.
Pues, señora, yo he llegado
Perdido a Dios el temor
Y el duque, a tan triste estado,
Que este mi imposible amor
Me tiene desesperado.
En fin, señora, me veo
Sin mí, sin vos y sin Dios:
Sin Dios, por lo que os deseo;
Sin mí, porque estoy sin vos;
Sin vos, porque no os poseo.
Y por si no lo entendéis,
Haré sobre estas razones
Un discurso, en que podréis
Conocer de mis pasiones
La culpa que vos tenéis.
Aunque dicen que el no ser
Es, señora, el mayor mal,
Tal por vos me vengo a ver
Que para no verme tal,
Quisiera dejar de ser.
En tantos males me empleo,
Después que mi ser perdí,
Que aunque no verme deseo,
Para ver si soy quien fui,
En fin, señora, me veo.
Al decir que soy quien soy,
Tal estoy, que no me atrevo;
Y por tales pasos voy,
Que aun no me acuerdo que debo
A Dios la vida que os doy.
Culpa tenemos los dos
Del no ser que soy agora,
Pues olvidados por vos
De mí mismo, estoy, señora,
Sin mí, sin vos y sin Dios.
Sin mí no es mucho, pues ya
No hay vida sin vos, que pida
Al mismo que me la da;
Pero sin Dios, con ser vida,
¿Quién sino mi amor está?
Si en desearos me empleo
Y Él manda no desear
La hermosura que en vos veo
Claro está que vengo a estar
Sin Dios, por lo que os deseo.
¡Oh, qué loco barbarismo
Es presumir conservar
La vida, en tan ciego abismo,
Hombre que no puede estar
Ni en vos, ni en Dios, ni en sí mismo!
¿Qué habemos de hacer lo dos,
Pues a Dios por vos perdí,
Después que os tengo, por Dios,
Sin Dios, porque estáis en mí,
Sin mí, porque estoy sin vos?
Por haceros sólo bien,
Mis males vengo a sufrir;
Yo tengo amor; vos desdén,
Tanto, que puedo decir:
¡Mirad con quién y sin quién!
Sin vos y sin mí peleo
Con tanta desconfianza:
Sin mí, porque en vos ya veo
Imposible mi esperanza;
Sin vos, porque no os poseo.
Emma Suárez y Carmelo Gómez en El perro del hortelano, de Pilar Miró, a partir de la comedia de Lope (1996). Un excelente ejemplo de cómo llevar al cine una pieza teatral del legado del Siglo de Oro.