Una gitana, un vasco y tres franceses
A punto de estrenarse Carmen en 1875, la soprano Celestine Galli-Marié, que hacía la protagonista, se quejó a Bizet porque le faltaba un aria de salida, lo cual deslucía su aparición. Más aún: le exigió que la compusiera. Al músico no se le ocurrió nada mejor que españolear un poco y tomó una habanera hecha por un colega vasco, Sebastián Iradier, a la cual pegaron los versos del caso sus libretistas, Meilhac y Halévy. Pío Baroja dedicó una simpática crónica a su paisano, donostiarra si mal no recuerdo.
Es sabido que la obra fue mal recibida, que Gounod dijo maldades imperdonables y que sólo a partir de Alemania y Viena remontó hasta el lugar de fama que tiene desde hace décadas. No sobra recordar que, generoso como siempre, Brahms, que nada tenía que ver con el teatro musical, ensalzó la genial partitura.
La habanera es, junto con la canción del torero, lo más popular de esta obra. Son de esas cosas que se silban por la calle y se cantan bajo la ducha. Y, en lo dramático y psicológico, contiene la frase decisiva de la gitana: Si je t´aime, prends-garde à toi. Si te amo, ten cuidado, ponte en guardia, arremángate pa cruzar el río. En efecto, el amor de la cigarrera lleva a Don José a descubrir su lado siniestro y convertirse en desertor, contrabandista y, finalmente, asesino. Carmen no sabe (¿no sabe?) que la asesinada será ella. En cualquier caso, en medio de las acariciantes estrofas perfectamente bailables de la habanera, la advertencia es cruel y fatídica.
¿Y si la Galli-Marié no se hubiese puesto brava y pretenciosa como buena diva? Sin duda, la obra carecería de un elemento clave. Si hay un destino, como cree Carmen al echar las cartas, es el verdadero autor del truco. Y si no ¿cómo conjugar la españolada que reúne a una gitana y a tres franceses para urdir una habanera apócrifa debida, no ya a un cubano sino a un vasco? Ahí es nada el poder mestizo de la ópera.
Blas Matamoro
Fotografía: Celestine Galli-Marié (1840-1905 ) como Carmen