Tres versiones fáusticas
La riqueza del Fausto goethiano ha sido puesta de relieve, especialmente, por su adaptación al teatro lírico. Ante todo, por sus momentos de espectáculo: un viejo rejuvenecido por arte de magia, un demonio de carne y hueso, la noche de Walpurgis. Pero, más allá de estas vistosas ofertas, la obra propone complejos y graves temas filosóficos, en especial morales. Uno es decisivo: la salvación. Al final de la tragedia (el bien o mal llamado Primer Fausto), la tal vez incauta Margarita es redimida por su sufrimiento pero su amante, el doctor endiablado, no lo sabemos.
Las tres óperas más afortunadas hechas sobre el tema ofrecen distintas respuestas a la gran cuestión. Gounod, en Faust, respeta la incógnita original. Margarita sube a los Cielos acompañada por los coros de la condigna liturgia y el tenor se queda admirado pero prisionero, aún, de su condición mortal. La pregunta se sostiene sin respuesta. En cambio, Berlioz opta, según el título de su partitura, por la condenación, por el eterno castigo del pecador, que ha cometido la mayor falta posible: la soberbia empresa de crear la vida, reservada a la divinidad. ¿Qué hace Arrigo Boito en su Mefistofele, acaso la ópera más literalmente fiel a Goethe? Su Fausto se salva, con lo que el pacto demoníaco se torna ineficaz porque ha violado la ley divina. Pero Mefisto, también obra de Dios ¿tiene salvación? Aparentemente no, pero algunas puestas en escena moderna afirman lo contrario. La misericordia del Creador es infinita y acaba perdonando también al mayor de los pecadores, al soberbioso inventor del pecado. ¿Omnipotencia de la música? No vayamos tan lejos. La soberbia nos amenaza.