Tres artistas femeninas en el Festival de Bogotá
Damos noticia en esta página de Scherzo del final del Festival de Bogotá dedicado a Brahms, Schubert y los Schumann. No es tanto un balance como un aventurarse en su posible filosofía.
Ahora toca fijarse en algo concreto. Por ejemplo, en algunas artistas femeninas que nos han sorprendido. O no las conocíamos, o las conocíamos de manera insuficiente.
La directora griega Zoe Zeniodi no se parece a Emmanuelle Haïm, ya desde la diversidad de los repertorios y su menor edad; pero, como Haïm, Zoe merecería el calificativo de Madame Dinamita. Su nervio, su aparente capacidad de mando (esa dimensión acaso militar que precisa todo director de orquesta, además de su propio atletismo), su concepto y madurez brillaron en los dos conciertos que le vimos. Para no alargar detalles: su Cuarta de Schumann con la espléndida Filarmónica de Bogotá (día 20) fue más que meritoria; el contraste entre la densidad del tercer movimiento y el nervio del Finale dieron idea de la mente sinfónica de esta artista cuyo presente es brillante y cuyo porvenir se presenta más que prometedor. En ese mismo concierto Zeniodi y la orquesta acompañaron nada menos que a Stephen Hough en el Segundo de Brahms. Pero eso es otra hazaña, ya la evocaremos. No podremos evocar la camerística que sin duda desplegó con otros dos solistas, ella al piano; no se podía acudir a todo.
La pianista francesa Lise de La Salle fue niña prodigio. Y ese prodigio lo mantiene en el repertorio concertante y solista. En lo concertante, mostró arte y sabiduría en darle densidad a una obra juvenil de Clara Schumann (bueno, casi todas las suyas son juveniles, por las causas que sabemos), el Concierto para piano op. 7, que incluye amplios solos, sin acompañamiento. Y éste lo garantizó Zoe Zeniodi con la Filarmónica juvenil (día 18). Un día antes había desplegado con equilibrio entre énfasis e introspección (por decirlo de algún modo) el Concierto op. 54 de Schumann, ese concierto enfático e inspirado, que ilumina toda una tradición de compositores, desde Liszt o Grieg hasta, al menos, Rachmáninov). Lo innegable es que Lise de La Salle unió con acierto, en dos días consecutivos, la memoria y el arte de los dos románticos enamorados, Clara y Robert. El bis de uno de los conciertos, la versión de Liszt de Städchen, de Schubert, mostró de manera patente la delicadeza y la capacidad lírica de esta pianista, que no visita Colombia por primera vez.
Por último, la más joven, la pianista Anita May, colombiana y rusa, según nos informan (no entramos en investigaciones). Virtuosa, de una técnica que parece rozar la perfección o instalarse en ella, uno ya no sabe calibrar ante ese movimiento de dedos, manos, agilidad. El repertorio escogido abarcaba los cuatro compositores. Brillaba Anita May en la Sonata de Schumann, y aún más en las Piezas D 946 de Schubert y el sabio Scherzo nº 2 del op. 14 de Clara; y se mostraba con mayor debilidad de concepto (no de ejecución) en las Piezas op. 118 de Brahms. No importa, ya las dominará en idea, puesto que los dedos saben por dónde ir. La madurez es, en casos como éste, cuestión de tiempo.
No nos referimos aquí a la soprano española Elena Copons [en la foto], que se lució en varias veladas. Queda pendiente, sobre todo porque habría que referirse a otros nombres, y ya sería otra la temática de esta entrega de bitácora.