Tonalidad y expresión
El tema de la tonalidad, unido a la diferencia de modos, ha dado que hablar más que de componer en cuanto a la temática mayor de la música: su naturalidad expresiva, el admitir que la música expresa siempre, de modo inmediato, algo, un algo que no necesita explicitarse verbalmente y que, de vuelta, no hay palabra que pueda explicitarlo en medida cabal.
La nomenclatura modal es, en este sentido, muy sugestiva. Modos mayor y menor decimos en castellano. Como si uno sirviera para formular importancias y el otro, menudencias. Los alemanes hablan de modo duro y modo blando y hay quien exige leer el dualismo como sexual. Etcétera. Rimbaud daba colores a las letras vocales escuchándolas sonar en francés y ya sabemos que al hablar proferimos notas y trazamos intervalos. Los amantes de Verlaine celebran en modo menor el amor triunfante y la vida oportuna. De nuevo, etcétera.
Unos cuantos estudiosos de la pregnancia han observado que, a cierta altura de su desarrollo, un feto humano puede distinguir el modo mayor, que lo pone contento, del menor, que le produce angustia y fastidio. Entre tanto, ¿han tenido los músicos algo que decir al respecto? Schumann, al menos, sí, y por medio de su personaje Florestán. Es quien sostiene que hay una voz interior que actúa como la tercera mano del pianista y que el compositor la ha escuchado y le ha otorgado traducción pianística. En rigor, nadie salvo Florestán Schumann ha escuchado esa voz, enmascarada por la música schumanniana.
¿La una enmascara a la otra o señala el rostro detrás de máscara? ¿Hay una armonía inaudible que condiciona a la armonía inaudible? Desde luego, ha habido una decisión tonal tomada por quien compuso, y quien dice tonalidad dice modalidad y se somete a las modulaciones posibles. Justamente, en esa misteriosa y silente elección, se ha resuelto la realidad audible de la pieza. Lo que oyó Florestán nunca lo oiremos. Lo que escribió Schumann, siempre. No obstante, en el silencio intermediario, levantaremos la vista para comprobar si se puede percibir la tercera mano.
Blas Matamoro