Tania Ruzs y Arturo Ballesteros: un dúo y muchos repertorios
Me han sugerido que no insista. Que sí, que es cierto que en Madrid hay talento artístico en abundancia. Y que no merece la pena responder a los augures del pequeño Apocalipsis. Sigue hablando del talento, pero no lo invoques en el título porque hayas leído no sé qué sobre la “decadencia” madrileña: decadencia, palabra-tópico, ojo con ella y no se fíen de quienes la usan. Todos quieren vivir al menos un Apocalipsis en vida. Mientras, disfrutaremos del talento madrileño. Puede que dentro de unos días cuente cómo me he encontrado de repente con varias muestras de talento en catalán que no siempre llega a la meseta. De momento, sigo en esta que fue villa y corte, y frecuento los barrios que he evocado en una narración reciente publicada por Pasos perdidos.
Por ejemplo, voy a Chamberí, y allí entro de la Sala Clamores, que en muchos sentidos recuerda aquella que desapareció y se llamó Whisky Jazz. La Sala Clamores está muy cerca de donde debió de vivir Fortunata con su pobre marido, y también de donde debió de estar encerrada por ser mala mujer, la pobre. Era un Madrid extremo entonces, que se estaba haciendo poco a poco: Baroja y Corpus Barga dan cuenta de él. Entre otros.
En la Sala Clamores canta Tania Rusz y toca el piano Arturo Ballesteros. Llevan sólo un año juntos como pareja artística, y se han prodigado a una media de casi un concierto a la semana. Parece increíble, sobre todo porque se trata de unos recitales en los que lo latino, el bolero, el tango, el canto mexicano y brasilero, la copla, la canción francesa se mezclan en un nivel artístico sorprendente. ¿Ha de sorprender que la calidad se prodigue y sea tan bien recibida?
El canto de Tania Rusz es producto, como siempre en estos casos, de la escuela y de la intuición. Se puede aprender, pero no se aprende a cantar así. Hay que tener eso que no sabemos definir y que todos sabemos lo que es: musicalidad. La intuición se cuida, se mima, se trabaja. La musicalidad se perfecciona. Así, Tania Ruzs.
Esa voz hermosa, que parece a veces de jazz, se compenetra con el envolvente de Arturo Ballesteros, que sí es músico de jazz (lo trataremos otro día), que acompaña, que ofrece una melodía suya como introducción a la sesión, una hermosa melodía de inspiración brasilera con dedicatoria muy concreta; que compone para Tania: “de momentos tenemos poco repertorio propio, pero crecerá”; que armoniza y aporta la casa y la ciudad sonora en que crece la voz de Tania y se desenvuelve su propio mundo sonoro.
Podemos ir al centro histórico, a verlos en pequeños y mayores locales de Lavapiés, Antón Martín, Tirso de Molina, con nombres de una belleza antigua (Torrecilla del Leal, Fe, Primavera, Calvario, Huertas) y también a otras ciudades, y en todas partes ambos desarrollan su work in progress, esa obra que se crece en cada recital y que hace que cada recital sea otra cosa, un momento, algo efímero, que será distinto la próxima vez.
Hay una compenetración entre ambos artistas, que también crece desde aquel otoño de 2012 en que dieron su primer recital. Y hay un contraste entre Tania, que de cerca muestra un bello rostro aniñado y que ahí arriba se convierte en una mujer con poderío escénico; y Arturo, ese rostro en el que el aire de bondad y el de la inteligencia se juntan sin disputarse la primacía.
Pero tanto Tania como Arturo tienen otras “vidas” artísticas. Lo veremos. De momento, ahí va este reportaje. Desde Clamores, precisamente.