Sorozábal vuelve a estrenar
Medio siglo debió esperar la última obra de Pablo Sorozábal para ser conocida en versión escénica el pasado viernes 5. Se trata de Juan José, un drama que don Pablo, a partir del texto de Joaquín Dicenta, quiso lírico y popular, es decir como todo su teatro. El de la Zarzuela resultó el indicado y nunca mejor dicho porque allí se cantó repetidamente toda su faena y allí siguen vagando sus taberneras de puerto y sus vendedoras de rosas. Sitio madrileño para este vasco formado en Alemania pero matritense de carrera, gato forastero como lo somos tantos habitantes de esta capital.
Valió la pena esperar porque tanto la pieza como sus intérpretes dieron la talla. En efecto, Juan José no es sólo la producción más elaborada de su autor sino una suerte de viaje introspectivo sobre el conjunto de su obra. Y la compleja solución alcanzada resulta una suerte de rúbrica final en el catálogo de Sorozábal. Es una partitura de base verista por lo prosaico de su libro, hecho de breves réplicas y algunos cantables que, hábilmente, el músico lleva a las voces solistas. Pero es verista por su temática, que se despliega en ambientes pobres, proletarios y delictivos, y va de la taberna a la bohardilla y de ésta a la cárcel en un juego de variables sombras y pasiones tan sombrías como ellas. Así es que el recitativo se impone y también la doble imagen pucciniana del ático bohemio y el conflicto entre amo y siervo por una mujer, como en Il tabarro.
Pero en Juan José hay mucho más y todo armoniosamente ensamblado por el compositor. Hay lirismo castizo cuando hace falta y hasta un dúo de seducción en tiempo de chotis. Hay ramalazos expresionistas como en el primer preludio y tibias luces de citas folclóricas: pasos de habanera, copla flamenca. Desde luego, sólo Sorozábal podía hacerse cargo de tal convocatoria, resuelta sobre un cañamazo orquestal tratado con minucia, que va comentando y aclimatando, infatigable, la acción.
Consten para siempre los artistas del estreno, todos dignos de tal responsabilidad: el barítono Ángel Ódena en el macizo protagonista, la soprano Carmen Solís en la dolida y frágil Rosa (¿acaso la verdadera figura central de la tragedia?), el brillante tenor Antonio Gandía en el malo seductor y burgués, un par de excelencias en papeles de apoyo como Rubén Amoretti e Ivo Stanchev más la siempre magistral Milagros Martín, que en estas lides se las sabe todas. El maestro Gómez Martínez expuso la partitura con todo su lujo de instrumentación y sostuvo el conjunto con
eficacia y equilibrio.
Blas Matamoro