Shchedrin: El zurdo, unas palabras previas
En el próximo número de Scherzo incluimos una reseña sobre la ópera El zurdo, de Rodion Shchedrin, autor de Almas muertas, La boyarina Morozova y al menos tres óperas más. Es una grabación en vivo de una puesta en escena en el Teatro Marinski de San Petersburgo de Alexei Stepaniuk, con dirección musical de Valeri Gergiev, pero de momento sólo se ha publicado una versión audio, con el sello del propio teatro. Con esta pre-reseña tratamos de introducir al lector en “el alma” de El zurdo. Claro está, en la portada del doble CD leerán ustedes que se titula The Left-Hander. Es lo que tiene la lingua franca.
Gergiev es quien de veras ha recuperado a Shchedrin para Rusia, puesto que la carrera del compositor se desarrollaba fuera del enorme, complejo, querido país. No es la primera ópera suya que se pone en el Marinski. Además, Gergiev fue quien le sugirió el tema de El zurdo a Shchedrin, y quien inauguró la nueva sala del Marinski II (julio 2013) con esta nueva ópera. El compositor no tenía más remedio que dedicarle la ópera a Gergiev, ¿no les parece?
Esta ópera se basa en un relato largo de Nikolai Leskov, el Cuento del zurdo bizco de Tula y la pulga de acero, conocido simplemente como El zurdo o como La pulga de acero. Según parece, en Rusia es muy popular, todo el mundo conoce este cuento, que a menudo se toma por leyenda tradicional, y el compositor Rodion Shchedrin aprovecha ese consciente colectivo para componer una excelente ópera que está pensada no sólo para ser oída, sino para ser vista.
Hay traducción española del cuento en Impedimenta. Leskov mismo, que es el narrador de Lady Macbeth de Msensk, como es sabido, fingía que su relato era eso, una leyenda popular, y en el prólogo a la primera edición (que luego suprimió) se hacía el cronista despistado: “No puedo precisar dónde brotó el germen de la Leyenda sobre La pulga de acero, quiero decir, que no sé si se originó en Tula, en el Izhma o Sostrorietzk, pero lo que está claro es que viene de uno de esos lugares”. Así, casi como un cuentacuentos, Leskov explica su relato, original y sin leyenda que lo respaldara, y en la Rusia inmensa, ingenua y desconfiada al tiempo, ortodoxa y desdeñosa de los popes, muchos creían y creen aún que Leskov recopiló esta leyenda en su “largo caminar” por todas las Rusias, y que el autor carece de importancia, porque es una crónica popular que no pertenece a nadie.
Leskov era tres años menor que Tolstói, que fue admirador suyo, y de manera sin duda injusta aparece como un autor menor comparado con él, con Turguéniev o con Dostoeivski. Leskov estaba empapado de dichos, cuentos, crímenes populares, tanto por su vida errante por Rusia (y por el extranjero) como por sus cometidos judiciales de juventud, donde debió de aprender lo suficiente como para escribir Lady Macbeth, o penetrar tanto en el alma del pueblo como para publicar Tres hombres santos, uno de sus textos más característicos, por la bondad y ejemplaridad de unos seres que para el escritor encarnan la quintaesencia de Rusia. Leskov era reaccionario y progresista (o acaso ninguna de lados cosas) y se ganó enemigos sin número. Los soviéticos no lo trataron bien póstumamente; ay, si escribes una literatura que sólo entenderá el futuro, y el futuro lo administra también tu enemigo… ¿qué será de ti, de tu obra? No hay nada que hacer, queridos lectores, es una causa perdida la de Leskov. Disfrutemos de sus obras, pero renunciemos a que se le considere a la altura de esos contemporáneos más afortunados en posteridad. Ni siquiera el genial Nabókov le hizo justicia; más bien lo sentenció como menor y segundón. Léanlo, y ya verán.
De la ópera, lo dicho: en el próximo número de esta revista. De momento, háganse una idea de la desusada música de la misma y de lo que declaran su autor y algunos intérpretes en estos vídeos: