Santiago Asensio: polifonía por Miguel de Molinos (1)
Ahí tenemos a Miguel de Molinos, condenado, con su cirio, imagen inspirada en el auto de fe que se celebró contra él, su doctrina y sus “cómplices” en la iglesia romana de Santa Maria sopra Minerva, en 1687.
Los aficionados saben que en música el concepto de polifonía tiene que ver con el de monodia, precisamente porque se trata de términos opuestos. Monodia, una voz. Polifonía, varias voces. Así de sencillo. La cosa de complica cuando una voz echa a andar en una línea y otra la imita al cabo de unos instantes (compases, quiero decir), y a continuación una tercera hace lo mismo… Las imitaciones se elevan, se elevan, y en algún punto han de encontrarse, resolverse. Acaso para empezar de nuevo. A eso lo llamamos canon, o fugato, episodios fugados, fugas. Fuga, en el sentido estricto, es algo muy serio. Por eso, en general, se habla de contrapunto.
Contrapunto. Así denominó Aldous Huxley a una novela polifónica publicada en 1928 y que sirve de modelo a la novela polifónica del siglo XX. De todas maneras, la gran novela del siglo XIX era esencialmente polifónica, con ejemplos señeros como Guerra y paz, y tantos otros, no es cuestión de relacionarlos ahora.
A veces se dice “novela coral” o “película coral”. Se entiende lo que quieren decir, pero dicen poco. Y por eso es insuficiente. Digamos, mejor, “polifónica”.
Hubo novelistas que pusieron a narrar a unos cuantos personajes del relato, y así teníamos el punto de vista directo del más importante de los agonistas o del insignificante personajillo que está ahí, que no influye, pero que ve muchas cosas y las cuenta. A Faulkner le gustaba mucho ese procedimiento. La novela que motiva estas líneas lo sigue con provecho.
En el centro de la nada, de Santiago Asensio, trata de Miguel de Molinos, uno de los mayores escritores de los siglos de oro, y aun así de los menos conocidos, estudiados, homenajeados. Un ignorado en su país, y ya en su tiempo. Esta novela es polifonía, y parte de un texto, la Guía espiritual, que es pura música en prosa.
Asensio se vale de ese procedimiento que citábamos; por ejemplo, de un personaje a menudo sin importancia, que nos cuenta la peripecia de quien pudo ser santo y acabó condenado por la Inquisición. No faltan los principales y realmente históricos, como el propio Miguel (sus monólogos se basan a veces en la Guía, y acaso la parafrasea el autor en alguna ocasión, aunque sin permitirse mucha intertextualidad), como el Papa, la reina Cristina de Suecia, los cardenales César D’Estrées y Decio Azzolino (éste, partidario impotente de Miguel). Pero no es su único procedimiento. También tenemos el de la novela epistolar, que es una de las formas de polifonía si las cartas las escriben varios (no sólo el joven Werther, queremos decir). Y una posible variante: la entrevista, el diálogo, el interrogatorio; en este caso, los interrogatorios de brazos secundarios de la santa institución a personajes todavía más secundarios, pero de significativo testimonio, y no sólo por lo que dicen, sino también por lo que callan. Y, en fin, en esta novela también tenemos narración en tercera persona, pero con eso que se llama “punto de vista”, y que debió de poner en marcha Henry James al menos desde Retrato de una dama, para perfeccionarlo después, y hasta embrollarlo, o mejor dicho, aplicarle complejidad, ambigüedad, y por ello enigma, como en los diversos estratos de punto de vista que hay en la breve Una vuelta de tuerca. Los personajes que “hablan” son numerosos, y a menudo, como veíamos, humildes. ¿Alguien más humilde que Bernardo –así lo llama Miguel-, una rata que envejece junto al mártir y que enhebra dos amargos e irónicos monólogos?
Miguel de Molinos es el último de los místicos católicos. Así de exacto podemos decirlo. La Inquisición terminó con él. No la española, sino la italiana, la papal. Es más, Inocencio XI, en Papa Odescalchi (beato desde 1958, nunca santo), se vio obligado a condenarlo para no desencadenar algo parecido a un cisma frente al galicanismo del rey de Francia. El Papa era protector de Miguel de Molinos, y tenía con él cierta amistad. Pero más amigo era el Cardenal D’Estrées, y éste fue el elemento humano y diplomático esencial para la condena de Miguel. Que podía ser hoy San Miguel de Molinos, no lo olvidemos. Es evidente que no se le condenó por su doctrina y actitud quietistas, contenidas sobre todo en su Guía espiritual que desembaraza al alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la interior paz.
(Continúa)
Santiago Asensio:
En el centro de la Nada. Venturas de Miguel de Molinos.
Liber Factory. Madrid, 2014