Sacralidad de la música
El romanticismo apareció, entre muchas otras cosas, en una encrucijada espiritual provocada por dos grandes traumas históricos: la muerte de Dios y la muerte de la Revolución. En efecto, los filósofos empezaron a pensar que el Dios personal resultaba superfluo para el pensamiento moderno y en cuanto a la revolución francesa, sus derivados como el terror del año 93 y las guerras napoleónicas, corrompieron bruscamente sus prestigios. Las reacciones obvias fueron, justamente, las reaccionarias: volver a Dios por la Iglesia y reponer la cortada cabeza del rey en algún sucesor.
Otros románticos comprendieron que a la historia no se la responde con retornos sino con futuros. Dejaron de lado la política, se encogieron de hombros ante la religión organizada y se entregaron al arte.
Ya Chateaubriand elogió la belleza estética del cristianismo. Se podía ser, como él, ateo y católico. Rousseau había ido más lejos: la música es el sustituto de la religión. No proviene de las alturas celestiales –aunque Eugenio Trías haya remozado la figura en nuestro siglo– sino, al revés, promete patrias celestiales a partir de sí misma. Jean-Paul lo dijo más o menos así, tal vez evocando a Platón, para el cual la realidad real de este mundo está en la realidad ideal del otro mundo. La música, entonces, tenía la función del demiurgo.
Otros románticos insistieron. Hoffmann, que era músico y escritor, connotó al arte sonoro como el lenguaje de un templo donde Isis le revela la voz de la naturaleza con signos sagrados, inauditos e inteligibles. Le dedica una de sus Kreislerianas, que otro músico llamado Schumann, en ocasiones, transforma en música pura. Porque para Hoffmann, en principio, la música era sacra en tanto puramente instrumental. Luego, claro está, su alma de escritor le planteó la cuestión fronteriza: ¿una religión muda, sin palabras? La respuesta la dio la ópera. No la canción, el poema cantado, sino el aparato teatral.
Entonces llegó Richard Wagner. Hoy no toca. Hoy no tocaremos su música. Quede evocada por la memoria del lector.