Rosalía y los nibelungos
Están los ‘cuñaos’. Ser un ‘cuñao’, como todo el mundo sabe, es tener a alguien que opina y parece saber de todo. Lo tienes en las cenas de estas fiestas, pero también a lo largo del año, en encuentros, en el lugar de trabajo, incluso en vacaciones. Pero hay opinadores que por su edad no son adecuadamente cuñaos, sino otra cosa. Sobrinos, pongamos por caso. No siempre son hijos de cuñaos. El sobrino te trata con suficiencia. Es mucho más joven que tú, pero es más listo que tú. ¿Acabas de descubrir Internet?, te dice, desde su suficiencia. ¿Quién decía aquello de “no soy lo bastante joven para saber de todo”? Oscar Wilde decía algo así: El viejo se lo cree todo. El de mediana edad desconfía de todo. El joven lo sabe todo.
Pues, ya ves. Siempre descubres algo nuevo en esto que creías que eran verdes praderas. Internet, con sus nueve círculos (¿nueve?). Y, eso sí, su praderita, la que solemos visitar algunos, solazándonos en ella: un estudio, un trocito de Wikipedia (cada vez más sabrosa, más sabia, más propicia a callar la boca de ‘cuñaos’ con firma en periódicos y pretensiones de alta cultura), bellezas varias, un concierto, una ópera, una película. De todo. Mas el infierno está también ahí, por ahí. El odio del apenas alfabeto, por ejemplo. Más también el del licenciado en algo, que se dedica acaso efímeramente a escribir en los medios. Esos titulados universitarios que se dedican al resentimiento, no necesariamente nacionalista (pero sí).
El espectáculo del odio tiene algo de estupefaciente.
Sorprende ver al energúmeno de turno azuzando desde la plaza San Jaume para que haya más odiadores y pongan en peligro la convivencia. Se le paga para eso, sin duda. Si no, no habría más que considerar que su actitud es acaso constitutiva de delito. Añora una Plaza de Oriente propia. Sueña con tenerla. No la tendrá, y sufre por ello.
Pero el odiador habitual de Internet y los comentarios de los medios son más modestos, pese a sus ruidosos aullidos. Ruido, en teoría de la comunicación, es aquello que tapa el mensaje con su estridencia. Aunque, quién sabe: ¿el ruido es el mensaje? Al odiador le gustaría armar más ruido, pero es más humilde. Tiene algo de nibelungo a las órdenes de Alberich. Después de todo, la Plaza de Oriente se llenaba de nibelungos.
Ahora veo los odiadores de criaturas que con su arte y habilidad han conseguido algo más que un nombre, todo un triunfo mundial. Al principio me escandalizó el odio que provoca Rosalía en un buen montón de gente. ¿Por qué? Esta revista no sigue el tipo de música que hace Rosalía, pero uno está muy contento de que triunfe gente así, y no me meto en fusiones ni en purismos o antipurismos, no soy ducho en ello, nada experto, y sé que es muy facilito opinar sin pruebas ni razones. Cuñadear, odiar acaso. Así que alabemos a Rosalía, que es una gloria verla. Advierto que he visto poco, pero he visto algo. Me encanta su éxito.
También me sorprenden los que odian a esa joven llamada Greta Thumberg. Es una gloria ver a esa adolescente recordándonos nuestro peligro y en especial el de la gente de su edad, que heredará el planeta asolado que los criminales del clima están ya logrando (acaso con nuestra complicidad, me dicen; bien, puedo admitirlo). Pero lo que me deja estupefacto es el odio que provoca esta joven. Y en quién lo provoca. No solo en el odiador anónimo y rabioso de la red, sino también en gente como el fake president, el que odia a Greta y a Alexandra Ocasio-Cortez, entre otras muchas benditas criaturas de Dios. Razón de más para decir: ¡Viva Greta! ¡Viva Alexandra!
Hay una peña de odiadores de la reina. La nuestra. Una peña infiel que acaso hubiera querido que les abrieran las puertas de palacio para ejercer de consejeros áulicos (esta versión no es mía, la leí o escuché por ahí). Si esa rabiosa jauría (que ladra, pero no muerde más que en articulitos para resentidos de clase media, esa clase en extinción), esa gentecilla ataca a doña Letizia, tenemos una buena razón para decir: ¡Viva Letizia!
Lo mismo pasa con el presidente Sánchez desde antes que fuera presidente, y sobre todo en su propia peña, sus propios nibelungos. No soportan que esté ahí, que siga ahí. Ánimo, chicos, a ver si conseguís tumbarlo entre el homo ferracensis y el homo genovensis.
Y Pasa con personas de la popularidad de Cristina Pedroche y su hermosa sonrisa, su presencia, sus gestos que dicen que son provocativos (¡los vestiditos!). O Anita Sarkeesian y el feminismo en general. Qué mezcla, Santi, ¿no es verdad? Pues no es una mezcla, tiene su lógica. Lo que importa, además de la personalidad de la odiada (u odiado, claro), es cómo se manifiesta en síntomas el síndrome del odiador. Resentidos ha habido siempre, pero el resentido es sobre todo producto de una sociedad a la que le va medio bien; lo cual puede verse como medio mal. No es una sociedad enferma. Es que los enfermos ahora comentan en Internet, en los periódicos (ah, algunos son de una crueldad en potencia que indica cuánta impotencia lo escribe) y hasta en blogs… como éste.
Feliz año nuevo a los nombrados, pero también a quien lea esto antes o después del tránsito a la década. Y a todos los lectores de Scherzo. Nos abrimos a nuestro año treinta y cinco. Qué vértigo.