Rosa Olivares, refugio antiaéreo frente al ruido
El ruido al que me refería en la última entrega de esta bitácora es ahora ensordecedor. La cosa esa del fútbol en Brasil eleva el volumen, pero no es esencial en nuestro ruido europeo y, desde luego, hispano. El ruido de la forma de estado, esa inútil polémica (yo diría que es inútil); el hundimiento de partidos, el auge de otros, la rabia de tertulianos fachas, el nacionalista como héroe a bajo precio, los abundantes consejos al príncipe que será rey (¿neoarbitrismo?), las descalificaciones a quien se muestra agradecido al que fue rey, los agasajos postineros de la crema de la caspa (no la casta: la caspa). Cuando la caspa te elogia, pierdes honorabilidad, hay que tener cuidado con quien te elogia. Ante ciertos elogios recuerdo a Cioran, y cito de memoria: “¿hay algo más enojoso que un contemporáneo? Qué alivio ante sus tumbas”. Por algo un político de los dimisionarios de ahora dijo que en España se entierra muy bien.
El ruido se encrespa con el éxito de una formación de izquierda, y lleva a todo tipo de análisis. Y sobre todo de insultos. El periodista y el intelectual se tornan perro: te ladran en nombre de su amo, y éste te tiende la mano en el cóctel, en el versinage, en el entreacto; pero los ladridos quedan ahí, suenan, resuenan, tienen eco, persistencia. El ruido proviene de las elecciones a las que aludíamos, y ahora se amplía y ensancha en vísperas de entronización. Como siempre, mis compatriotas adoran a dioses corrompidos y creen en los reyes magos. ¿Qué fue la gran burbuja, si no? Ambas cosas, ¿no les parece?
Busco refugio de estas irrealidades en la realidad. Temo el sarcasmo de Contreras: te evades de la realidad. No, le diría, me evado de la mentira. Del ruido. La actualidad es la mentira que se disfraza de verdad para que la estafa continúe. Un estafador nacionalista denuncia estafas supuestas. Eso es ruido. Ruido que sirve para la causa (la mentira) y para la casa (la hacienda).
El refugio lo encuentro en un nuevo enlace de mi admirada Rosa Olivares, crítica de arte en Exit express, a quien no conozco personalmente y cuyos escritos me encantan. Dicho enlace merece introducirse con otro suyo, anterior, para que no parezca que se trata de una firma más al servicio del arte contemporáneo oficial, que es más oficial que arte. Olivares se refiere a artes plásticas, pero todo esto es muy aplicable a nuestras artes sonoras, donde hay creadores auténticos y verdaderos intérpretes; mas también abundancia de músicos que tienen puesta la mirada en lo que se va a considerar válido (digamos eso, válido) por parte de quien decide quién es vanguardia y quién es despojo en el desagüe de la historia. Por eso les propongo primero este enlace: “Intelectuales”.
Pero también hay que leer éste, en el que se señala la pereza culpable de quienes se colocan de espaldas o incluso en contra del arte contemporáneo: “Populismo no viene de pueblo”.
Evidentemente, Rosa Olivares se refiere a la crítica mexicana Avelina Lésper. No se pierdan este enlace en el que dicha dama se explaya a gusto. Es interesante, porque pone de manifiesto hasta qué punto identificamos (pereza culpable, de nuevo) y metemos en un mismo saco la mueca embustera y la propuesta arriesgada. Sin más explicaciones, para qué.
A Karl Lüger, alcalde antisemita en Viena, del partido social-cristiano, hace más de cien años (murió en 1910), le reprocharon un día que pese a ser antisemita y haber ganado la alcaldía gracias a su campaña antijudía, él se reunía con judíos y hacía negocios con judíos (se supone que no con aquella inmensa mayoría de judíos pobres de todo el Imperio, y en especial de Viena). A lo que Lüger respondía: “Soy yo quién dice aquí quién es judío”. Algo así pasa con las vanguardias: hay quien está considerado capaz para decidir qué es arte contemporáneo, qué es novedad, qué es rompedor y qué es transgresor (rompedor, transgresor: estas dos últimas palabras encantan en los pasillos y despachos del poder). Nadie lo ha nombrado, pero ahí está.
Tras sumirme en la realidad que propone Olivares y hablar solo porque acaso espero hablar a Dios un día, me temo que tendré que regresar al ruido. Ay.