Ricos y pobres
La cuestión de la riqueza/pobreza del artista como un juego bastante complejo de estímulos y obstáculos a la creación, da para historias rigurosas y novelas fantásticas. Cuando los músicos eran monjes austeros que escribían liturgias o juglares vagabundos y gamberros, a nadie se le ocurría que un compositor pudiera llegar a la opulencia o lamentarse de la miseria. Luego, las cortes con sus mecenas generosos o sórdidos y, más tarde, los empresarios rapaces de óperas y conciertos, añadieron color al panorama.
La leyenda romántica quiere que el artista sufra y que, del fondo de su estremecido y doliente corazón, extraiga los sublimes productos de su alma. Mozart, cadáver solitario arrojado a la fosa común a la espera de ser glorificado por los siglos, fue su emblema. Lo cierto es que Mozart pasó apuros y tuvo deudas que lo acuciaron, sobre todo las de juego. Vivió de una casa en otra, criando niños, jugando al billar, reuniendo a sus amiguetes y componiendo un cuarteto en cinco horas y una obertura en un atardecer. Pero señalarlo como un sufridor profesional es exagerado porque lo protegieron príncipes, reyes y hasta un emperador.
Beethoven padeció por su sordera, lo cual no le impidió componer sus partituras más audaces y desconcertantes (siempre las grandes obras lo fueron, antes de imponerse a la supuesta admiración universal). Quien conozca sus dos modestas habitaciones de Bonn, sabe que no se crió en la escasez ni en la abundancia. Su vida sentimental y sexual no parece descolorida. Si no gozó de las penurias ansiosas que imponen el lujo y la elegancia fue porque no le interesaron.
Duparc fue un enfermo de lo que en su tiempo se llamaba neurastenia y se apartó del mundo hasta morir viejo y olvidado, tras dejarnos la jugosa serie de sus melodías. Pero Wagner fue inhumado como el santo laico y héroe nacional del imperio germánico. Siempre buscó y consiguió que amigos millonarios o reyezuelos pródigos lo proveyeran de palacetes, batas de seda y hasta un teatro exclusivo. En cambio Verdi se retiró a trabajar a Sant´Agata, una confortable y sobria casa de buen propietario rural, donde atesoraba melodías, quesos y jamones, mientras visitaba a sus arrendatarios apenas despuntado cada día.
Y si de fiambres, vinos y cremas se trata, baste con ver las facturas de los proveedores de Rossini, gastrónomo y buen vividor en su casa palaciega de Passy. ¿Cabe pensar al gordo Cisne de Pésaro como un pesaroso –valga el eco– creador visitado insistentemente por la musa del sufrimiento?
Hay de todo en la fauna creadora, tanto como en el resto de la humanidad. Nadie busca el dolor sino el placer. Y quien busca el dolor también busca el gozo del martirio, o sea que sueña con una sempiterna aureola sobre su cabeza. Concedámosela, si cabe, al módico precio de una obra maestra.