Religiosidad verdiana
Las últimas partituras publicadas por Verdi son sus Quattro pezzi sacri, curiosas obras donde el octogenario, en vez de mostrarse exhausto y agotado, está experimentando una suerte de renovación estética. De las cuatro, sólo el Tedeum es litúrgico. Las otras son una plegaria con letra tradicional (Ave Maria) y dos con palabras profanas de tema religioso, debidas a Dante y a Jacopone da Todi (Laudi, Stabat Mater). El gran aparato sonoro, orquesta y masa coral, nos remite a la otra magna creación verdiana de sostén religioso, su Misa de Requiem. En sentido estricto, un drama, el de la humanidad ante la muerte de cada uno de sus individuos y en medio del silencio divino, pues Dios es visto como un rey de tremenda majestad, entronizado y taciturno.
No acudo a la biografía de Don Beppe para averiguar qué tanto de devoción mostró en sus días. Me limito a su tarea de artista. En sus óperas aparecen sacerdotes de diversas religiones. Al igual que otros personajes poderosos, no quedan muy bien parados, salvo el Zacarías de Nabucco, pastor de un pueblo oprimido, los judíos de Babilonia. Luego, el Gran Sacerdote de Baal se muestra tan sanguinario e implacable como Ramfis y sus colegas egipcios, que condenan a Radamés a una muerte penosísima por haberse ido de la lengua delante de su amada Aída.
Quizá sean los curas católicos los más duros de pelar en esta corporación. El Gran Inquisidor humilla a Felipe II, que apenas se defiende, y lo incita a cargarse a dos jóvenes promesas de su corte: su servidor más fiel y su hijo. El Padre Guardián recibe a Leonora vestida de hombre y la condena a pasar el resto de sus días en una cueva, a pan y agua, pro querer casarse con un mozo repudiado por su padre, sudaca y mulato para colmo. Lo férreo de la ley abunda, la caridad cristiana está ausente. El consejo general puede ser: muérete, pecador, que el Gran Juez hará justicia en el otro mundo.
El orbe verdiano prescinde mayormente de la religión como control de la vida moral del hombre. Si lo hace, aparece un profesional de la religión y exhibe su cruda realidad: el poder amenazante. La música es la única entidad caritativa para los humillados y ofendidos de este mundo. ¿Qué otra cosa fue Cristo? ¿Será ese el auténtico cristianismo, fraterno y compasivo, de Verdi?