Recitales de antaño
Hurgando en una librería de viejo me he encontrado con algunos programas de la Sociedad Filarmónica de Madrid que tuvieron lugar en el Teatro de la Comedia hace casi noventa años. Tienen un formato curioso: tres partes separadas por dos intervalos de quince minutos.
En la temporada 1921/1922 se presentó la fabulosa Sigrid Hoffmann Oneguin, que no me atrevo a definir por su tesitura, ya que cantaba en cualquiera de ellas. La acompañó al piano H. Frotzler, director musical en Brünn. El programa está dedicado a la canción germana, con obras de Schubert y Schumann. No encuentro ninguna diferencia con lo que podría ser un recital de hoy.
En cambio, las presentaciones de Ninon Vallin, la soprano francesa que personalmente no dudo en considerar una de las grandes cantantes del siglo XX, muestran que el tiempo ha pasado y que somos el resultado de un cambio de gusto. Se presentó en la temporada ya dicha y en la de 1925/1926, en la primera acompañada por José María Franco, de persistente memoria en los melómanos madrileños, y en la segunda, por Madeleine de Valmalette, que empezaba una carrera suponemos que brillante. Vallin era ya conocida del público local desde sus conciertos de 1916 y 1918.
Los programas de Vallin son variopintos, mezclan épocas y estilos, y más bien parecen ocasiones de lucimiento personal, mezcladas con intermedios pianísticos. Canta a compositores de su país, en lengua original, como se da por supuesto. Pero en el Lied, en el repertorio ruso, en las arias barrocas y hasta en una pieza del argentino Carlos López Buchardo, lo hace también en francés. Entre medias, la pianista ofrece títulos de Bach, Chopin, Couperin, Liszt y hasta del prócer local Isaac Albéniz.
Hoy, aunque pudiéramos disfrutar de una cantante tan eminente como Vallin, unos menús como los propuestos nos resultarían cuando menos pintorescos. Nada digo de las propinas porque las ignoro y ya no quedan testigos a quienes consultar, aunque me las figuro igualmente llamativas.
¿Hemos mejorado nuestra información y, en consecuencia, nuestro gusto? Sin duda. El criterio con que hoy se organiza un recital es otro. En primer plano se sitúa la estructura del programa y, como parte de su preparación, el cantante incluye un dominio de lenguas. Oír traducidos a Schubert, Wolf o Strauss nos caería fuera de lugar, por más que ignoremos el alemán. Nada digo de Borodin o Rimski-Korsakov. Con todo, un intervalo de quince minutos, especialmente si se nos autorizara a fumar, me sigue pareciendo funcional. ¿Opinaría lo mismo más de un solista, uno de esos que aparece provisto de un botellín plástico de agua mineral?