Rapsodia: La última vez que veremos el mar
Esta vez, Fernando Sánchez Pintado opta por la rapsodia. La forma rapsódica es la antiforma, es la forma libre, es el doblegar la música a lo ajeno a la música. Esa es la teoría. No estoy de acuerdo. ¿O es que la forma sonata es intrínseca a la música y no algo tardío que le puso reglas y le cierta lógica, algo muy respetable, pero no necesariamente más musical que la denigrada música programática?
Uno se repite, ay. Ni siquiera recuerda uno dónde se repite. Felizmente, uno repite también ciertas lecturas, algunas autores, el aroma de prosas, versos y dramáticas que regresan una vez, y después otra. Sánchez Pintado es uno de ellos, y es autor de esta rapsodia que es narración con punto de vista, y es autor al que uno regresa: La última vez que veremos el mar. Dimos cuenta en esta bitácora de su novela Performance, polifónica, como la novela de Santiago Asensio que comentábamos hace poco. Han pasado cuatro años, caramba. Y ahora llega, felizmente, La última vez que veremos el mar, que algunos considerarían forma sonata con más de dos temas principales, pero con desarrollo y recapitulación y coda, todo en su momento y en su justo lugar. Lo siento, pero no, a mí parece forma libre, y el punto de vista a que nos referíamos es el subjetivismo que le impone a la secuencia musical su propia lógica narrativa.
Esta novela se puede leer de varias maneras. O, mejor dicho, se pueden acentuar algunos de sus aspectos. Me gusta mucho más que la corrupción aparezca sólo un poquito, sin la brutalidad de hoy día, porque la acción es de hace tres décadas, y las cosas todavía no eran tan amplias ni tan de dominio público. Y se podían creer cosas y cosas, o eso creo recordar. Siento predilección por narrar y que me narren acontecimientos que apenas despuntan, porque mi punto de vista y lo ya transcurrido me permiten percibir mejor el guiño y no necesitar en absoluto la contundencia. Hay guiños en esta novela en que los personajes viven eso que se llama crisis de la cuarentena o cincuentena, y que no es tanto una crisis como un habitual derrumbamiento del que se sale como se puede. O no se sale. Horacio, Cruz y Teresa están ahí, en el borde del hundimiento, o hundidos ya. Teresa es un logradísimo ejemplar del personaje ausente, que tanta importancia histórica tiene en teatro, en cine y en narrativa.
La Transición ha sido, pero está siendo. Los llamados depredadores se constituyen, forman grupos y alianzas, pero todavía no se ha dado comienzo a lo que hoy sabemos de sobra. Utuilizo la palabra depredadores porque la usa el autor, pero hay cosas en este relato que me interesan más que la dimensión depredadora de algunos de ellos (¿de todos ellos?) Hermoso personaje el de Cruz, que se llama de otra manera pero que se llama Cruz, la hermana, débil y porfiada, quién sabe si fácil de herir y difícil de matar. Surgente personaje el de Teresa, radical, ecologista, se diría que ajena al compromiso con lo feo de la realidad, hasta el punto de inventar otras y encarar incluso la muerte. Interesante, ya que no hermoso, el personaje de Horacio, en cuya piel no se mete el autor, sino que lo imagina. Como si Sánchez Pintado dijera: voy a edificar un relato a partir de la perspectiva de alguien con un status ajeno al mío, pero de cuya especie he tratado ejemplares a menudo.
Para los que conocemos la administración, es interesante el tipo llamado Javier, superviviente de todas las administraciones. Conocí este tipo de funcionario depredador, tiburón, halagador del mandamás, pero hábil, pues sólo advierten su bajeza algunas almas ajenas; es el que finge no humillarse pero se humilla; el que finge no clavarte una puñalá, pero te la clava; que no es hipócrita, sino fingidor, y no como los poetas invocados por Pessoa; se pone manso para que te acerques y entonces oler tu status y obrar en consecuencia, desde ponerse más manso aún hasta devorarte lo primero que caiga en su mandíbula habituada. Bah, no insistamos en estos campos. Aquí, se llama Javier.
Hay otros personajes, que son los ancestros inmediatos, pero ya está bien con los hijos y sus maneras de supervivencia. Ninguno sobrevive como Horacio. Ninguno ha sobrevivido tanto como Javier, aunque ahora haya encontrado la horma de su zapato donde no esperaba. Hay una ciudad y unos ambientes, un retrato mediante impresiones y detalles más que por acumulación de datos y derivaciones. Estamos en 1986. “ellos” llevan poco en el poder. No hay quien les tosa. La derechona tiene un cabreo descomunal, sobre todo porque ve que “ellos” no eran lo que se esperaba, y que se les parecen demasiado. Así, qué difícil va a ser regresar al poder.
Fernando Sánchez Pintado:
La última vez que veremos el mar.
Pasos perdidos. Madrid, 2015.
272 páginas.
Más información en el la página de la editorial Pasos Perdidos, que incluye entrevista con el autor.