Protestas
Tal vez sea cierto que una revista de música es algo para épocas de bondad. Uno escribe sobre la belleza de tal concierto, voz, disco, propuesta… O de su fealdad. Y llega alguien y te dice que ya está bien, que la patria está por reventar, como cantaba aquel latinoamericano en los sesenta. Quién sabe si exageran, pero es como si ahora no se pudiera hablar de esas cosas sin excusarse. Ahora bien… De repente, escribes una de esas bitácoras como la que les propuse hace unos días, sobre el violinista checo Ivan Ženatý; o la que les dediqué a los autores de la ruptura del pacto de posguerra, Margarita Tatcher y Ronaldo Reagan: bailad, malditos. Ellos resucitaron el pensamiento de Hayek, neoliberal. Esto es: antiliberal; si consideramos que liberal significa defensor de las libertades, incluso de los mecanismos de mercado, no simple defensor de los tiburones mediante una ideología precaria que hoy ostentan los llamados “hombres de negro”, auténticos legionarios de Cristo de las terapias de choque, populistas de derecha, arrogantes y ciegos a lo Václav Klaus, despiadados a lo Pinochet, defensores apenas ocultos del timo piramidal y apoyados en el quicio de la mancebía de las agencias de descalificación masiva. Hayek, caramba: era aquel que pasaba de la anécdota austriaca a la categoría económica, y además partía de un falseamiento de la propia anécdota, como ha señalado Tony Judt. Pues bien, va uno y escribe eso y viene alguien y protesta (pero no lo deja por escrito, el muy listillo) porque –censura- esta publicación y esta páginas “van de música”, no de política. Bendito sea Dios.
Contreras trata de tentarme, como Satán a nuestros primeros padres. Entre paréntesis: Satán no era entonces lo que ahora entendemos por el demonio, ni mucho menos. Hay que insistir: el demonio es un invento reciente. Contreras se llama así precisamente porque cumple el papel de Satán en varios momentos del Génesis, hermosos libro que recomiendo al margen de confesiones. Me tienta Contreras: volvemos a los años sesenta, dice. Volvemos a la canción protesta, asegura. Invoca a Paco Ibáñez y a Luis Eduardo Aute. Nada menos. Esto me recuerda que un idiota de aquellos tiempos sacó la “canción de la contraprotesta”. El idiota del olvido, como decía Kundera de aquel tipejo que se llamó Gustav Husak. Me dice Contreras que debería yo poner en esta bitácora mía un enlace (un link, ya saben) de no sé qué canción protesta de un cantautor de Zaragoza que ha compuesto algo con un título que mi sensibilidad no puede permitir en esta bitácora, y que se refiere a una honorable persona del congreso de Diputados llamada Andrea Fabra. Dios míos, me niego. Contreras me tienta, pero yo no caigo en esa tentación, no, aquí en esta página se trata de arte, y nada más que de arte. Faltaría más.
Pero este Contreras es todo un enigma. Me señala el nombre de la diputada y dice: cuando éramos chicos, había una película que se llamaba Rocco, el hijo del gángster. Sí, con Stephen McNally, añado. Contreras me mira un momento, como si de veras yo no tuviera arreglo, como si yo fuera “un irrecuperable”. Me mira, se da la vuelta y se marcha. ¿Habré perdido otro amigo?