Por y contra Mortier
La muerte de Gérard Mortier permite hacer un examen, por fuerza que sumario, de su gestión al frente del madrileño Teatro Real. En su haber quedan los más elevados niveles de excelencia de las masas, el coro bajo la preparación de Andrés Máspero y la dirección orquestal, que dejó de tener un titular y varió de batuta según las exigencias de cada obra. En cuanto a la solidez técnica material y operativa del teatro, es anterior a Mortier.
Hay un defecto de concepto que, sin embargo, cabe señalar y dejar como tema de reflexión en cuanto a la infraestructura musical de la ciudad. El Real es un teatro ecléctico, generalista, con un público variopinto donde se mezclan los novatos y los expertos, los que prefieren tal o cual repertorio. Su programación, en consecuencia, ha de responder a dicho eclecticismo. Madrid no tiene un teatro de ópera alternativo, al que se podría adjudicar la categoría de experimental, sea porque le cabría exhibir montajes de vanguardia – suponiendo que esta palabra conserve cierta claridad a esta altura de los tiempos – como porque daría lugar a intérpretes que empiezan y a realizadores que propongan aquellos experimentos.
Mortier imaginó un Real de avanzada y equivocó la identidad de su público, por lo cual también erró en el perfil del teatro. El coliseo madrileño puede incluir en sus temporadas óperas nuevas, estrenos, recuperaciones y olvidos, con puestas en escena de distinta orientación, pero no llevar al extremo el experimentalismo como norma, so peligro de que el espectador habitual se fastidie con impertinencias y el debutante se desoriente y concluya, velozmente, que la ópera es un género extravagante, excéntrico, destinado a gente de muy especiales caracteres mentales.
Con todo, entre aplausos y pateos, Mortier consiguió estar en los medios con cierta regularidad. Es una exigencia de la época, más allá de su validez intrínseca. Fue sincero, habló sin pelos en la lengua y si le cupo molestar sin gratuidad, no evitó hacerlo. Moralmente, merece un elogio. Otra cosa son la idea global y los resultados de su gestión que, finalmente, constituyen los mensajes que el público y la crítica reciben. Corrijo: recibimos