Por ejemplo, Dohnányi
Recordamos a Ernö von Dohnányi, ahora que recibimos un CD que comentaremos en la revista (Quintetos con piano opp. 1 y 26, Claves). Dohnányi era solo cuatro años mayor que Bartók, vivió entre 1877 y 1960. Es decir, perteneció a la misma generación, pero su imaginario y su horizonte fueron otros, aunque apoyó a Bartók y a Kodály como hermano mayor, por decirlo así, con su influencia, su auctoritas, tanto artística como pedagógica.
Dohnányi fue pianista virtuoso y como compositor tuvo muchos modelos, sin prescindir de alemanes y otros centroeuropeos por convicciones o prejuicios patrióticos; y con una mirada puesta en Francia, el otro modelo para los compositores húngaros.
El caso de Dohnányi es interesante y es típico por lo siguiente. Dohnányi nació en una ciudad llamada Poszony por los húngaros, su capital espiritual, histórica; llamada Pressburg por los alemanes. Tras la independencia, pasó a llamarse Bratislava, nombre inventado que quería decir algo así como “entre hermanos”; esto es, hermanos eslavos tal vez, no húngaros.El nacionalismo húngaro fue tan estúpido como cualquier nacionalismo, pero tal vez un poco más, y le salió bastante peor. Fue un nacionalismo lleno de rencor (tenían sus razones: 1849, el infame zar Nicolás aplasta a los húngaros y “se los devuelve” a Viena), lleno de arrogancia por algo parecido a lo que ahora llamamos hecho diferencial (y ahí la diosa Némesis esperaba en forma de cataclismo). Dohnányi no fue especialmente nacionalista, pero como ciudadano sufrió lo mismo que los que lo fueron, porque los nacionalistas se arrogan la identidad patria y arrastran en su caída a los que no estaban con ellos; a veces los que caen son precisamente los que no estaban con ellos, y CAE el país entero, pero el líder carismático, profético, providencial y a menudo cleptómano queda a salvo en algún rincón suministrado por compinches, obispos, banqueros.
Dohnányi pasó en Budapest el periodo de entreguerras en esa especie de exilio interior que aisló a lo mejor de la intelectualidad y el arte húngaros, y separó a ésta de la nueva clase continuadora del antiguo régimen. No es extraño que siempre se hiciera llamar Ernst, no Ernö. Hasta que el amigo alemán (nazi) se impuso tanto en aquella Hungría del pobre almirante Horthy, líder de un régimen de derecha ciega y excluyente, y de extremo anacronismo, que Dohnányi se enfrentó al régimen con peligro de su vida. Era cuando Horthy quedó desbordado por los Cruz de Flecha, el partido nazi que aspiraba a gobernar en Hungría gracias a la protección del hermano (ya no amigo) alemán. Dohnányi salvó a muchos judíos, entre ellos varios alumnos suyos. La política tibia del régimen de Horthy en la cuestión judía disgustaba a los nazis húngaros, que en el poco tiempo que ocuparon el poder trataron de compensar el retraso en matar gente que tanto les avergonzaba si lo comparaban con otros colaboracionistas europeos, incluidos los franceses con su inquieta estación de Drancy y su flamante velódromo de invierno, por poner solo dos emblemas.
En Hungría sigue vigente el odio que tan caro les costó, al menos en el gobierno actual, de principios claramente ajenos a los confesos ideales europeos. Al mismo tiempo, unos cuantos millones de húngaros son súbditos de Rumania, Eslovaquia y otros países. El Tratado de Trianon, impuesto por los Aliados, pero sobre todo por una Francia más vengativa que prudente, cumplirá cien años en 1920. Se prometen hermosos festejos. No aprendemos. Nunca aprendemos.
La vida de nuestro compositor acabó —como la de tantos europeos huidos de la peste desatada por la bestia parda y continuada por la siniestra égida moscovita— en Estados Unidos, en Florida, en 1960. Esto es, sobrevivió quince años a Bartók. No llegó a padecer la imposición comunista, pero vivió de lejos, al final de su vida, la rebelión y represión de 1956. Veremos, por sus quintetos, su vocación centroeuropea y francesa. Ay, cuánto cuesta que arranque de veras la recuperación de este soberbio músico.