Pocos y muchos
En su reciente libro La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa censura el carácter frívolo, banal, formalista sin contenido, espectacular y mercantilizado de nuestra civilización. Contrasta la flojera cultural de nuestra época con los tiempos en que había robustos escritores, pintores, filósofos y músicos. Una minoría egregia y exigente daba el canon y, aparentemente, la gente del común la obedecía. Personalmente, echo de menos a los pensadores que todavía generó la primera mitad del siglo XX. Pocos escritores tienen la talla de Coetzee, nuestro contemporáneo. Gubaidulina nada tiene que envidiar a Lutoslavski o a Messiaen. En materia de pensamiento científico y arquitectura, nuestros días son eminentes. Etcétera.
Desde luego, la banalidad y la frivolidad existen, dominantes, en anchos campos de la industria cultural, pero no son novedosas. Tampoco el valor, igualmente cultural, del espectáculo. En Roma, junto a la serena cámara del jurisconsulto, había brutales juegos de hombres y fieras en el ruedo. El barroco sacó a pasear desfiles carnavalescos, mojigangas y arquitecturas efímeras a porrillo por las calles de sus panzudas ciudades. Hubo maestros canónicos en todos los tiempos mas ¿quién conoció o disfrutó de sus obras, tal como podemos hoy hacerlo, gracias a la baratura de los libros, los compactos, los DVD y demás cachivaches electrónicos?
No siempre, ni mayormente, el tiempo ha reconocido a tiempo – valga el eco – a las grandezas de los Grandes – valga de nuevo el eco. Pocos dudan de la enormidad musical de Juan Sebastián Bach. No obstante: el público de sus Pasiones y sus cantatas ¿cuántas cabezas sumaron? ¿Cuántos miles de hombres y mujeres, en cambio y en este momento, están oyendo a Bach en este pícaro mundo? El arte de la fuga y El clave bien temperado, por su carácter didáctico, carecieron de público auditor, pero La ofrenda musical, las Variaciones Goldberg y los Conciertos de Brandemburgo, obras de encargo, pagadas por grandes bonetes de la época, no se ejecutaron en vida del autor. Es cierto que las mayorías prefieren a Lady Gaga antes que a Maurizio Pollini. Tan cierto como que, al lado de sus trágicos, los griegos rieron con las groserías de Aristófanes, no menos culturales que aquéllas, como cultural es un palillo de dientes, un fármaco contra la diabetes o la torre Picasso. Ah, y muchos cuadros, dibujos y esculturas del tal Picasso.