Ópera y público
En 1794 quedó vacante el puesto de director en el Burgtheater (Teatro de la Ciudad) de Viena. Se abría la oportunidad de una nueva concesión y la corte imperial empezó a manejar nombres. Lo suyo es que el principal teatro de la capital se concediera a un personaje de acreditada alcurnia. Pero no fue así.
El monarca bicéfalo, Francisco II, se decidió por Peter von Braun, un plebeyo ennoblecido con ya larga hoja de servicios al Estado. De origen era funcionario en la Cámara de Cuentas. En ella, no obstante la buena remuneración, se consideró poco retribuido y abandonó la burocracia por la empresa privada. No lo hizo desvinculándose del emperador, quien le aconsejó se dedicase a la industria de la seda para evitar la importación de esta mercancía, esencial en la vestimenta de las clases altas. Y así lo hizo von Braun, consiguiendo una excelencia que permitió la sustitución de importaciones. Se instaló en Viena, puso sucursales en provincias y con la renta acumulada, fundó un banco y se extendió a las finanzas figurando entre los cuatro mayores banqueros del país.
Braun fue un activo gestor teatral. Remozó la sala, instaló una maquinaria que permitía toda suerte de trucos – vuelos, erupciones volcánicas, batallas campales – alternó la prosa con la ópera, fundó escuelas para la formación de actores y bailarines, y acabó adquiriendo el Theater an der Wien, en la Plaza del Mercado, una sala popular dedicada a lo que hoy llamamos operetas, entre las cuales La flauta mágica de Mozart. Ganó por la mano a Schikaneder, el empresario y libretista, por entonces rey en la pequeña república del teatro plebeyo.
La corte miró siempre a Braun de reojo, considerándolo un advenedizo. En efecto, no era noble de origen y sus negocios lo habían llevado a un alto nivel de vida, rumboso y palaciego, como correspondía a un privado de la imperial corona.
Pero hay algo más y que justifica la evocación del personaje. La música había cambiado decididamente de público. Más aún: había dejado de ser privativa de las cortes y se había convertido en algo realmente público. El desarrollo social venía ampliando durante el siglo XVIII el espacio dominado por una clase que habría de desplazar, por las buenas o las peores, a las antiguas aristocracias. Europa se estaba aburguesando. Al teatro cortesano sucedía el teatro burgués. Al aristócrata de arcaicos blasones, el emprendedor parvenu. Al elegante rococó y la galantería, el romanticismo impetuoso y apasionado. Detrás de un mero hombre de empresa, toda una sociedad estaba alterándose y con ella, su cultura musical.
Blas Matamoro
1 comentarios para “Ópera y público”
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