Ópera y literatura
Melchior Grimm, personaje de la elegancia ilustrada en la Francia del siglo XVIII, escribió en la Enciclopedia un artículo sobre los poemas líricos. En él, de refilón, se ocupa de los libretos de ópera al uso en aquel país. Los encuentra fríos, elocuentes, verbosos y, como emergente, de mal gusto e ineficaces para su finalidad principal: ser cantados en un escenario.
En efecto, un poema lírico no es un libreto de ópera y viceversa: un libreto de ópera no debe ser resuelto como si lo debiera recitar un actor de prosa. Grimm, que se trataba con Mozart desde la precoz edad del austriaco, tal vez lo previno cuando estaba en el aire el proyecto de Idomeneo, tratado ya por Lemercier en francés con los resultados de artificio y fárrago ya señalados por Grimm. ¿Habrá influido el ilustrado barón en el genial salzburgués? Imposible saberlo pero la conjetura cobra lugar.
Grimm tiene razón y su inclinación a favor del libretismo operístico italiano lo confirma. El letrista de una ópera no ha de explayarse como escritor de literatura poemática sino, al contrario, contraerse al máximo sin resolver del todo con palabras lo que el músico hará, precisamente, con su música. De lo contrario, el verbo sofocará el canto y será un obstáculo en vez de ser un auxilio.
La polémica no es mera historia sino que gana actualidad a la vista de la experiencia operística del siglo XX. El libretista de ópera ha cedido su espacio al escritor de teatro hablado y así se han tomado textos de tal literatura como libretos cantables. Oscar Wilde, Hugo von Hoffmansthal, Georg Büchner, Maurice Maeterlinck, Federico García Lorca, Ramón del Valle-Inclán, Gabriele d´Annunzio —éste, merecidamente, dada su poesía “en alta voz”— y tantos otros más o menos ilustres han cedido sus textos para ser cantados en la escena. A menudo —y esto abarca asimismo la literatura wagneriana— leyendo dichas páginas, nos preguntamos si les cabe la música, si ella tiene lugar entre tanta palabra elocuente y corpórea. Es cuando pensamos, con cierta melancolía, en los tiempos de Gaetano Rossi, Meilhac y Halévy o, excepción a la regla, Giancarlo Menotti.