¿Ofrenda o víctima?
La vida de Johann Sebastian Bach tiene muy escasos ribetes espectaculares. Uno de estos excepcionales episodios fue la invitación a Berlín del rey prusiano Federico II, habitualmente adjetivado el Grande, aunque la jerga berlinesa lo suele reducir a El Viejo Fritz. Se dice que medió el conde Keyserling para cuyos insomnios Bach compuso las Variaciones Goldberg, que permanecieron inauditas en vida del músico. Lo digo por lo siguiente.
El 7 de mayo de 1747, en Potsdam, Bach improvisó al clave y después al órgano unos ejercicios de fugas y cánones a partir de un pequeño tema sugerido por el rey. Debió complacer al monarca, que era melómano, flautista y hasta compositor a ratos. Dos meses más tarde, Bach le envió una partitura basada en aquellas ocurrencias, la que suele conocerse, en benévola traducción, como Ofrenda musical. Son una docena de números, entre ricercari y cánones, que enmarcan una sonata en trío. No están especificados los instrumentos de aquéllos, lo que ha dado lugar a diversas lecturas, siempre en torno a una sonoridad de cámara. El tema de partida se suele denominar tema regio por su coronado origen, aunque Bach manipuló hábilmente la elemental “ofrenda” del Viejo Fritz.
No consta que el rey, ocupado en la intendencia de su ejército y sus reformas ilustradas, se haya empleado en descifrar la partitura. Como tantas obras de Bach, debió esperar siglos para hacerse oír. Me detengo sólo en su título. Musikalisches Opfer sólo eufemísticamente puede traducirse como Ofrenda musical. Más bien correspondería hacerlo como Víctima o sacrificio musical. No creo que Bach fuera ajeno a estos matices. Acaso sospechaba que el silencio iba a proteger el conjunto de su obra hasta que los siglos decidieran aceptarla como una de las cumbres del arte sonoro. Cuando uno es Johann Sebastian Bach lo más probable es que sepa que lo es. Víctima del olvido cortesano, el sacrificio de esta música enigmática y certera ha servido para lo que sirven, efectivamente, los sacrificios: para que la víctima se torne sagrada. Cuando ya los cañonazos y los estertores que brotaban, entre chorros de sangre, de las batallas fridericianas, se han callado para siempre, la/el M.O. (traduzca el lector como prefiera) sigue cantando, por los siglos de los siglos