‘Numancia’, una misa en la Compañía Nacional de Teatro Clásico
Madrid. Teatro de la Comedia. 24-XI-2021. Cervantes, Numancia. Compañía Nacional de Teatro Clásico. Ana Zamora, dramaturgia y dirección. Alicia Lázaro, dirección musical. Cecilia Molano, escenografía. Reparto: José Luis Alcobendas, Alfonso Barreno, Javier Carramiñana, Javier Lara, Eduardo Mayo, Alejandro Saa, Irene Serrano, Isabel Zamora. Producción de Nao d’amores con la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Gesta heroica, pianto por la patria mártir, queja y vindicación de libertad, acaso oficio de difuntos en forma de tragedia. ¿Es tragedia La Numancia? Es épica, luego no es dramática, no es teatro, pero tiene forma teatral. No es tragedia sucumbir ante el enemigo, sino épica y drama. Épica porque es el canto de los héroes: “Canta, Musa, la heroica resistencia del pueblo numantino, esto es, español…”, valga la paráfrasis. Un canto que se eleva justo cuando los españoles rapiñan el nuevo continente, y cuando la rapiña se la lleva la trampa, esto es, la política de los Austrias en el avispero de Europa Central. Mas también canto de quien estuvo en las prisiones de Argel. ¿No es buena la metáfora o imagen de Numancia para cantar el sacrificio que libera ante la perspectiva de la servidumbre?
No vamos a hacer historia ni teoría literaria. Vamos a dejar constancia de un espectáculo hecho a base de un texto dramático lejano y de sensibilidad bastante ajena hoy, pero con valores que permanecen y que permiten esta misa u oratorio que plantea Ana Zamora, con la ayuda imprescindible de Alicia Lázaro en la parte musical, como si fuera un ballet, un oratorio… una misa. Un danza que no cesa cuando cesa la coreografía de Javier García Ávila, porque hay una lógica danzante en la puesta en escena; una puesta rica en signos, no tanto en símbolos; porque cuando una acumulación de chaquetas se convierte en una pira es que estamos ante un signo. Ana Zamora vindica en su Numancia la perspectiva renacentista sobre las vigencias barrocas; y es que el Barroco no es tanto la celebración de las bodas de Orfeo (Monteverdi y Striggio) como la pérdida de Eurídice, solo que a menudo se imponía un final que nosotros creemos feliz en nuestra equívoca perspectiva, y que no era sino (digamos)I el reequilibrio del mundo. La Némesis como reequilibrio, no como venganza ni como castigo. (No siempre el reequilibrio de la Némesis acierta en su intento –vano- de regreso feliz). El siglo XVII dio paso al pesimismo del sic transit…
Para el equipo de Ana Zamora, estamos todavía en el Renacimiento, acaso el último Renacimiento, como si Cervantes estuviera más cerca de Garcilaso que de Calderón (que tendría unos quince o dieciséis años al morir don Miguel), pero cuando aún es posible cantar la libertad, aunque sea diseñándole un disfraz para las tablas en que se invocan las cualidades, ay, de lo que entonces ya se llamaba España y que todavía no es lo que entendemos hoy por España; incluidos los que no quieren entender. No, no estamos aún en el teatro del Siglo de Oro. Pero sí en las tablas precarias que pudo visitar Cervantes (si bien precarias fueron incluso las de los corrales), que había vivido la lucha de Lepanto y el cautiverio de Argel. Muy anterior a aquel que escribió la gran novela inicial de Occidente, cuyo triunfo tanto molestó a algunos contemporáneos (¿qué viene a hacer éste ahora aquí, no se había muerto?). Hay en Cervantes, y acaso desde el principio, esa vena estoica que María Zambrano percibió en la tradición española. ¿Queda hoy lejos el estoicismo, o nos va a hacer falta su repunte?
Decíamos que el texto de Cervantes es lejano y un poco ajeno. Es muy importante lo que escribe Ana Zamora en el programa de mano: “Acercarse a la temática antigua supone siempre realizar un gozoso viaje en el tiempo, n o tanto para descubrir y desvelar las reminiscencias del pasado, como para debatir y determinar nuestra relación con dicho mundo, y ponerlo en relación con nuestro presente”. No, no hay que hacer decir a los clásicos lo que queremos oír hoy. Dejadlos hablar, y procuradles lo que Ana Zamora y Alicia Lázaro les procuran: signo dramático, secuencia poco menos que de misa cantada, a la que la danza permanente concede esa musicalidad por la fraternidad de las artes (disculpen este atrevimiento).
Porque esto es como una misa, hay que repetirlo. Es decir, la representación del sacrifico del cordero. Numancia en el sentido de resistencia, sí, pero finalmente en el sentido de sacrificio. Numancia se inmola, y este tipo de sacrificios siempre es en pro de… ¿de una redención? Cuidado por el concepto, puede estar cargado de romanticismo no solo wagneriano, y eso estaría aquí fuera de lugar. Acaso Numancia se inmola en virtud de la violencia sagrada de la que tanto escribió René Girard.
No pretende este breve escrito más que llamar la atención sobre una función teatral de una musicalidad que grita, todo un ballet en el que nada es imprevisto, una ceremonia en la que acaso podríamos encontrar paralelos del ordinario de la misa, con tal de aceptar que es una misa de difuntos, pero no una tragedia, porque el sacrificio final es todavía optimista; el desengaño no se opone a la esperanza.
Lo que no pretende es juzgar labor de actores, dicción del verso. Nada de eso. Todo el reparto confluye en esa musicalidad, esa ceremonia, esa danza. No hay personajes individualizados más que se referencia (Cipión, que lo es cuando el actor se pone una camisa roja, y entonces aguardamos su muy distinto discurso de cuando ese mismo actor era un numantino), y el protagonismo es de la ciudad doliente… ‘doliente’ acaso en el sentido de Dante, si no aceptamos lo del ‘dolor eterno’. En una página como ésta habría que desmenuzar más la aportación de Alicia Lázaro, que en un breve escrito nos informa de sus fuentes musicales, a veces con arreglos propios: Juan Hidalgo, Juan del Enzina, Mudarra a partir de Boscán, Victoria, Monteverdi, Guerrero, Gesualdo, G. Gabrieli… En efecto, no verán ustedes a menudo un montaje teatral con el rigor musical de este; y habrá que insistir en que esas músicas no son ilustración o música incidental con sabor de épica e instrumentos históricos, sino parte esencial de un concepto escénico, la Numancia que canta, danza y se comunica en signos (más que ‘con signos’), obra de Ana Zamora, con la sobria y al tiempo expresiva escenografía de Almudena Bautista. La Compañía Nacional de Teatro Clásico coproduce, en esta ocasión, con el grupo Ana Zamora, Nao d’amores, que lleva dos décadas en esta fusión de teatro y música como si se tratara de una y la misma. Y juntas, ¿acaso no lo son?
(Foto: Sergio Parra)