Nuestros primeros músicos
Hasta hace poco, se entendía que los rudimentarios y primiritivos instrumentos musicales databan de unos 30.000 a 35.000 años, lo cual permitiría atribuírselos a nuestros primos los neandertales, raza extinguida. Aun tomando con pinzas el dato, porque se trata de pruebas con carbono 14, un tanto imprecisas más allá de esas para nosotros remotas fechas, ahora se han hallado instrumentos musicales en cuevas de Alemania del Suroeste que se pueden datar de hace 40.000 a 45.000 años.
Se trata de elementales flautas hechas con huesos de aves y colmillos de mamut o sea marfil. Algunas de las piezas muestran orificios para introducir los dedos. Podemos imaginar a los primeros músicos de la humanidad, autores de melodías hoy inimaginables pero que nacieron de la exploración sonora de unos huesos compactos, también usados, por la época, para labrar voluptuosas imágenes de mujeres desnudas y objetos inútiles —no me refiero a las mujeres, entiéndase bien— de finalidad seguramente decorativa. Dicho brevemente: arte.
La posibilidad de hacer música con huesos ahuecados revela que, intuitivamente, el hombre arcaico advirtió que su voz se formaba, en buena parte, por los resonadores óseos, algo que está en la base del arte lírico. Si a ello se suma que las cuevas del caso están donde hoy se asienta la República Federal Alemana y también cerca de las fuentes del río Danubio, podemos fantasear que los centroeuropeos y, en especial, los tudescos, ya se aficionaban a la música dando conciertos en sus tenebrosas espeluncas. Por fantasear que no quede.
Lo definitivo del hecho es que el ser humano, a la vez que desarrollaba su aparato fonador para poder hablar y cantar, fabricaba estos pequeños ingenios para producir sonidos artificiales que podían semejar cantos de pájaros, o sea una segunda naturaleza. Ponerse más allá, por encima o al costado de ella, me refiero a la naturaleza, era ya uno de nuestros destinos.