Nobleza y calidad
Hace siglos que no vivimos en sociedades con estamentos nobiliarios. Hay personas que ostentan títulos de nobleza pero éstos no comportan privilegios ni exenciones. Al contrario, van acompañados de impuestos especiales. No obstante, en sentido figurado, sigue aplicándose elogiosamente el adjetivo de noble. Se me dirá que también se habla de animales nobles como el toro, el caballo y el perro, por los servicios que suelen prestar a los seres humanos. No me refiero ellos sino a nosotros.
Noble es quien practica la excelencia, se exige al máximo al ejercer sus facultades, pone su vida al servicio de los demás. Poco tiene que ver con el aristócrata, que sólo quiere hacer valer sus blasones, armas y ejecutorias. En un medio burgués e igualitario, suele caer en la cursilería.
No te asustes, no voy de sociólogo. Quiero señalar que la música tiene un poder ennoblecedor, particularmente cuando se relaciona con asuntos o personajes innobles por su naturaleza. Cito tres ejemplos tomados de ese gran explorador del corazón humano – en términos de sentimiento, no de cardiología – que es Giuseppe Verdi. En La traviata, el señor Germont, enmascarado en su decencia burguesa, pone bien en claro que es un canalla. Aconseja a Violeta que se prostituya mientras sea joven y que abandone a su hijo, pues estorba la boda de su hija. En vez de tratar el asunto de hombre a hombre con el papanatas y el vago de Alfredo, va a humillar con prepotencia a una mujer. Luego está el Inquisidor de Don Carlos, el cual, invocando la sumisión del trono al altar, pide al rey que se cargue a su hijo Carlos y a su más fiel servidor, Posa. Y, por fin, Yago, cuya maldad está recitada en el terrible Credo de Otelo. Sin dioses, sin cielos y sin infiernos, el hombre se torna amoral y puede reírse a carcajadas imaginando a Desdémona estrangulada por su marido a causa de un infundio.
Verdi ha servido estas situaciones con tremenda belleza. ¿Ha querido ennoblecer con una decoración sonora lo impresentable de sus personajes? No. La música lo que pone en escena es la nobleza de lo que no se dice: el deseo inconsciente. Germont quisiera ser un padre compasivo para con su hija descarriada. El Inquisidor querría salvar a España de la herejía y servir al Altísimo con dos módicas ejecuciones. Yago anhela imponer la verdadera ley natural de este mundo: la ley de la selva donde la serpiente silba dulcemente para atraer a su víctima.
La música viene a decirnos lo que no se puede decir: lo que deseamos. Lo sentimos y, cuando tratamos de verbalizarlo, nos sale lo contrario. Entonces el noble anciano es un mal nacido, el sacerdote es un verdugo y el cortesano, un rufián. O lo inverso, que es lo mismo: qué nobles seríamos si nos pareciéramos a nuestras músicas.