Música y sexo
En 1932 Georg Groddeck, un seguidor de Freud, da a conocer su ensayo Música e inconsciente. Es sabido que el psicoanálisis estudia cómo nuestra sexualidad impregna toda nuestra vida y cómo nuestra vida impregna o trata de resolver nuestra sexualidad, simbólicamente. Por ejemplo, con el lenguaje verbal y la música.
La propuesta de Groddeck es sumaria y también ingeniosa. El pentagrama tiene cinco líneas y cuatro espacios, o sea que suman nueve, los meses del embarazo. Un hijo es parido en las notas que ocupan ambas alturas, la llena y la vacua. La clave sería la representación simbólica del falo, que decide qué notas suenan en cada caso. El psicoanalísta acude a la etimología: la música es lo que dicen las Musas, que en griego aúna lo sensible y lo inteligible. La medida, la razón, tiene algo que ver porque la música se escribe mensuradamente, pero ratio no es lo fecundante ni lo fecundado, sino su ordenamiento: el hijo que será un organismo, una organización. El hijo: la partitura. El parto, si seguimos etimologando.
Groddeck se queda perplejo. La música no surge del inconsciente hacia la consciencia ni es su conscientización. Permanece en el inconsciente como una torrentera, un empuje, y la clave musical es “la sagrada puerta de la música”. ¿Vale como entrada, como salida o como ambas? La humanidad se contiene en esta pequeña secuencia: padre, madre, hijo. Es una y es trina. No nos pongamos litúrgicos. La trinidad es humana, no divina. La música intenta simbolizar la unión sexual de lo masculino y lo femenino: fecundación, concepción, embarazo, nacimiento. También: crecimiento y muerte. Al final, la partitura, efecto del parto, acaba en silencio.