Música para Ajmátova (I)
Se acaba de estrenar una ópera de Bruno Mantovani sobre Anna Ajmátova (1889-1966), y eso nos permite recordar la dimensión musical de esta poetisa. No nos llegan buenísimas noticias, pero la cosa debió de valer la pena. Eso parece desprenderse de la crónica de Bruno Serrou, nuestro corresponsal en París. Cuesta trabajo ver a estos personajes históricos tan queridos, tan lejanos y al tiempo tan íntimos nuestros ahí, en un escenario, cantando. Y para retratar el dolor en ópera hace falta un Weinberg, que Dios me perdone. Para localizar datos sobre esta ópera: libreto de Christophe Ghristi, música de Bruno Mantovani (1974), con Janina Baechle como protagonista; Opera de París, dirección musical de Pascal Rophé y puesta en escena de Nicolas Joël.
Es ya un lugar común decir que la edad de oro de la poesía rusa es la que tiene como poeta más destacado a Pushkin. Y que la edad de plata es la que dio nombres como Blok, Balmont, Bieli, Briusov; y, además, Ajmátova, Tsvietáieva, Maldestam y Pasternak. Y Esenin y Maiakovski. Caramba. ¿No será al revés? ¿No será el tiempo de los simbolistas, los acmeístas, los futuristas y los que los acompañaron y vinieron más tarde la auténtica Edad de Oro de la poesía rusa?
Esa larga edad de oro poética fue contemporánea de un surgir y resurgir de todo, en especial artes plásticas, musicales y escénicas. Lamentablemente, también fue contemporánea de la primera gran guerra y de algunos siniestros personajes de la historia rusa. De la deriva de la Rusia zarista y del triunfo de las fuerzas más reaccionarias, que pretendieron sobrevivir a su hora histórica y dieron paso a la chusma.
Anna Ajmátova representa una de las cumbres mayores de la poesía de todos los tiempos. También es imagen del sufrimiento en gran intensidad. En Testimonio, el libro de Volkov, Shostakóvich habla a menudo de Ajmátova. En plena zdánovchina la muestran a los camaradas y compañeros extranjeros, junto con Mijail Zoschenko, ambos condenados en esos mismos momentos. Y los turistas les preguntan qué les parece lo que había dicho Zdánov, que los había insultado de manera brutal. Oh, claro, el camarada Zdánov, encantador; sabe usted, todos juntos tratamos de construir el socialismo, algo así podrían haberle respondido a los “humanistas” que visitaban la patria del proletariado para dar testimonio de los avances, del progreso, ah, sí. Curiosamente, Shostakóvich nunca puso música a poemas suyos, aunque sí lo hizo a seis de Tsivietáieva (y se los dedicó a Ajmátova, precisamente). Prokófiev sí compuso música para poemas de Anna de todas las Rusias, aunque muy pronto, en 1916, cuando todavía no se había marchado de allí, en plena guerra. Otros compositores que pusieron música a la poesía de Ajmátova fueron Artur Lurié y Borís Tishchenko. La compositora Zlata Razdolina puso en música el Requiem, nada menos. Fue a finales de los ochenta, para el centenario de la poetisa, y cosechó importantes galardones, según parece. Lamentablemente, no conozco esa composición.
La indignación de Shostakóvich por la manera sistemática y hasta complaciente con que el estalinismo hizo sufrir a Ajmátova se puede ampliar a todos los sufrimientos rusos a manos de régimen tan oscuro. Esa indignación no cesa. Josif Brodski la mantuvo viva cuando todavía no era tan de recibo como ahora. Es un sufrimiento ejemplar porque encierra todos los sufrimientos y el sufrimiento.