Música conceptual
La música es una combinación de sonido y silencio. Esta combinación exige un poco de teoría, una conceptualización. De ahí que sea posible una música conceptual, es decir: una música cuyo objetivo no sea la obra sino la ejemplificación de un concepto. Llevado al extremo, el caso da en composiciones que sólo existen en el papel de la partitura y que poco importa que resuenen o no. Se han barajado ejemplos, sobre todo en el siglo XX, la centuria de las vanguardias y los experimentos. ¿Qué es la obra completa de Anton von Webern, menos de una hora de extensión, sino una sucesión de casos serialistas? ¿Están los últimos cuartetos de Beethoven escritos para ser tocados o leídos en silencio, como si todos fuéramos sordos al igual que su genial creador? Glenn Gould, siempre tan suyo, encuentra hasta en el isabelino inglés Gibbons un participante de la lista. Se le podría oponer a Bach, cuyo Arte de la fuga parece ser un mero ejercicio didáctico y vaya si no suena y resuena en cualquier dispositivo.
John Cage “compuso” una obra que consiste en que un pianista se siente, inmóvil, ante su instrumento, durante unos minutos. En los parques porteños de los pasados sesentas, Juan Carlo Bazán se trepaba a un banco y gesticulaba la dirección de una orquesta inexistente. Cosechaba aplausos, me consta. También recuerdo al grupo Música Más o Menos, que convocaba a conciertos improbables, durante los cuales se armaban unos jaleos de lo más divertidos (o aburridos). Eran eventos, happenings. ¿Y la música? ¿Cuándo empieza? Es que si no empieza ¿en qué momento habrá de terminar, de callarse? Dicho de otra manera: la música ¿se hace para oír o para hablar de ella?