Música clásica
Esta denominación tópica y errónea me vino a la memoria leyendo un texto de Jorge Wagensberg, inteligente como siempre son los suyos (“La belleza en aforismos”, El País, 12 de marzo de 2016). En él observa que desde la más remota constancia de artesanía humana, aparece la simetría, aun en instrumentos donde no es necesaria sino apenas —nada menos— hermosa. Pareciera que nuestros antepasados conocieron la emoción estética y de ella aprendieron y aprendimos a encontrar bello el pensamiento y hermoso el bien. Todo a partir de algo inútil, superfluo y lujoso como diseñar un hacha simétrica, divisible en mitades idénticas.
Bella es, dice Wagensberg, la cosa íntimamente inteligible, que produce una armonía exterior dominada por la simetría. Por ello, la belleza se rige por normas y conforma un código de reglas. Es razonable, en tanto la razón es la medida.
Sin proclamarlo, Wagensberg está describiendo un paradigma de arte clásico: axial, centrado, equilibrado, inmóvil. Pero ¿qué hacemos con otras regiones artísticas como el romanticismo y el expresionismo, donde todo se mueve y se conmueve, es desequilibrado y disonante? En efecto, yendo al campo musical, podemos entender que ha vivido siglos gracias a las consonancias y las tonalidades, antes de cultivar la disonancia y el atonalismo.
¿Es tan natural la belleza como podría deducirse de la contemplación de un árbol y su simetría regida por su tronco? ¿O es que lo vemos bello porque nuestra mirada está educada para distinguir lo bello de lo feo y considerar bello lo centrado y simétrico? Oscar Wilde dijo alguna vez que la naturaleza imita al arte porque cuando contemplamos un paisaje lo hacemos desde una memoria nutrida de cuadros, fotos y películas de paisajes, que nos educaron para considerarlo un objeto de contemplación. Al oír el rumor isócrono de las olas ¿ponemos danza a su ritmo, canto al sonido de su superficie acariciada por el viento? ¿Identificaríamos el vaivén marino en El mar de Debussy si oyéramos esa música sin conocer su título? No es clásica, es impresionista pero vaya uno a las disquerías a cambiar etiquetas.
Blas Matamoro