Milagros (1)
En la breve historia del cine (medio que algunos exagerados, a menudo por despecho, consideran en sus postrimerías) hubo muchos momentos milagrosos que surgieron en medio de la dificultad e incluso el desconcierto. Hay libros sobre ello, no es preciso insistir. Pensemos en el rodaje de Casablanca, qué desbarajuste; pero en tal caso hay que pensar sobre todo en el resultado de Casablanca, tanto el inmediato (éxito de público y de propaganda de guerra) como el que no cesa, sino que crece, cuando van a cumplirse setenta años de aquel rodaje. Eso tiene algo de milagroso.
Pensemos en una de las obras maestras del cinematógrafo, Touch of evil (Sed de mal), de Orson Welles, con desórdenes varios, entre ellos el brazo roto de Janet Leigh, de manera que hay evitar que se le vea la escayola. Caramba. Y la increíble presencia como mexicano de Charlton Heston. Los parones del rodaje. Y la entrada a saco del productor en el montaje y en el resultado final. Todos sabían que estaban haciendo una buena película, aunque acaso no lo vieran muy claro. Si no fuera así, cómo iba a disponer Orson de Heston o de Janet Leigh. Y allí estaban sus amigos de siempre, sobre todo Akin Tamirof, y hasta Joseph Cotten, el que había matado a Harry Lime en El tercer hombre, el que acompañó a Kane hasta el conflicto final. Cotten aparece en un cameo, justo al principio, tras la explosión del auto. Lo que no podían saber ellos es que estaban embarcados en algo que iba a resultar excepcional. Que iba a ser un milagro.
En el mundo del disco se dan también esos milagros. Los estamos revisando de manera permanente en esta revista, tampoco en este caso hará falta insistir. Ahora bien, lo que no es normal es provocar lo excepcional. Provocarlo deliberadamente. Pero a veces sucede. Qué duda cabe de que Walter Legge quiso que el registro de los Cuatro últimos Lieder de Richard Strauss, cantados por su desnazificada esposa, Elisabeth Schwarzkopf, fuera algo excepcional. Concretamente, que fuera mejor y más inolvidable que el de Lisa Della Casa. De eso se trataba, sobre todo de eso. La calidad del sonido la ponía él, Walter, y en los trece años transcurridos desde el registro de Della Casa y Böhm (junio de 1953) la calidad del sonido grabado había experimentado una mejoría impresionante; entre otras cosas, del plano sonido monoaural al relieve del stereo; eso, y mucho más. La dirección orquestal insuperable la ponía Szell, quién mejor. Y ya se encargarían él y ella de ensayar y ensayar lo suficiente como para conseguir lo irrepetible y superar lo existente. Lo lograron, lo saben bien los lectores de Scherzo, los aficionados en general. Luego dijeron que aquello había sido una improvisación, poco menos. No consiguieron borrar a Lisa, que acaso era uno de sus objetivos, pero se situaron en primer lugar. Mejor dicho: la situaron a ella, a Schwarzkopf, en primer lugar. Justo a tiempo, porque la voz es algo que dura lo que dura. No tardó en llegar el día en que ella tuvo que dedicarse sólo a repartir entre sus alumnos su ciencia y su sarcasmo.
Algún día alguien escribirá un guión, una comedia; se hará una película: el matrimonio Legge, personajes de escasa simpatía y menos simpatía emocional, prepara algo. Desde hace años. Y como si fuera una conspiración, no un proyecto artístico. Es el registro de los Cuatro últimos Lieder, de Richard Strauss. Estamos en 1966. Oyen la cinta de Lisa una y otra vez. Elisabeth ensaya y ensaya, tiene ventajas que la otra no tuvo, pero el tiempo apremia. Consigue esas frases inimitables, ese filato doloroso, esa musicalidad que hoy consideramos milagrosa. ¿Acaso no ha superado a Lisa como Condesa (die Gräfin) en Capriccio, y como Mariscala en El caballero de la rosa? No, de eso no puede estar segura. Así que lo mejor será tratar de hundir su memoria, la de Lisa, y elevar cual monumento la suya propia al menos en ese ciclo, los Cuatro últimos Lieder. De manera que en este drama de suspense, con muchos primeros planos de ambos, sudorosos, punteados con otros en los que el matrimonio hace la fiesta y ríe con los chicos de Abbey Road y con los de la Radio de Berlín (están improvisando una grabación, ya saben), se impone un personaje ausente. Todos sabemos que el personaje ausente es muy importante en la historia del teatro y del cine, creo que lo hemos dicho a menudo en esta revista. Lisa como personaje ausente. Y ya que es ausente, la vemos en esta antigua fotografía en el Met, como Mariscala.
El diablo, personaje reciente en la historia de la humanidad (en rigor, no aparece en el Antiguo Testamento), ha venido a asumir los errores de eso que llamamos el Mal. Y, sin embargo, a veces inspira obras de arte. En música dicen que ha sido prolífico. Recuerden aquello de Tartini… El trino del diablo.