Mi Berg, mi Prokofiev: enlaces
Hoy me limito a citarme a mí mismo. Lo hago a petición de alguien que ya apareció en esta bitácora. Lo llamé Lecuona, para disimular. Orlando. Acaso Óscar. Ya dije que tenemos una amistad ambigua. Su nombre también lo es.
Me dijo hace poco: el poema ha de ser polisémico, la música es lo inefable. No sé si quería decir que un buen poema y una buena música casan mal. La letra ha de ser peor que la música; si no… Por mi parte, como libretista de un par de óperas me puse humilde en su día, sobre todo en una ópera infantil, Solimán y la reina de los pequeños: y consideré que el músico, Francisco Cano, era el que tenía que decir la mayor palabra. De manera que, si Lecuona quiere decir eso, estamos de acuerdo. Pero él no gusta de descifrar ni glosar sus enigmas. Aunque no sólo de perplejidades vive Lecuona, sino del ánimo que te procura mediante el disfraz del desdén. Como en este caso de ahora mismo.
Haces mal –dice uno de esos días en que me tutea- en no publicar en libro tus relatos musicales, lo mismo que hiciste con los otros. Al menos, podrías dar a conocer alguno de los que están en la red, a través de esa bitácora que os ha inventado Luis Suñén para esparcimiento de vuestra vergüenza torera.
En la red. Evoco y evoco. Sí, era el título de una pieza teatral de Alfonso Sastre. En la red. Teatro Recoletos, hoy pasto de la barbarie. Como el Eslava. Y tantos, algunos de la simple piqueta. ¿1961? Yo era muy pequeño, no vi aquella función. La guerra de Argelia servía para denunciar la dictadura franquista y la tortura en España, que se practicaba con sistema y sin misericordia, todavía como medicina. Como triaca. Hoy día la censura es más eficiente, dice un empresario teatral, porque todo escenario o es público o quiere serlo. No es una censura más sutil, aquí se desconoce la sutileza. La comisión de festejos no se convierte en departamento de cultura sólo con que le cambies el nombre.
En la red, me repite y recuerda Lecuona, y me devuelve a este mundo después de mi paréntesis viajero. No desvaríes por el amor a los escenarios, hoy tan envilecidos. Me refiero a ese Alban Berg y a ese Sergei Prokófiev que tienes en la red gracias a la hospitalidad de Manuel Talens y Tlaxcala. No deja de señalarme algunas carencias en ambos relatos, referencias que tendría que haber hecho y no hice, cosas así. Ya no recuerdo si fue por economía de medios o porque aún desconocía esos detalles. Son relatos de hace algún tiempo.
Pero tiene razón en animarme, aunque esa manera de animar desanime a otros. Son dos relatos-ficción en los que la ficción ocupa un lugar pequeño, pero decisivo. Lulu, ángel mío. Kotko o el héroe. Son relatos breves. Tengo otros. Cuando tenga varios sobre músicos, tal vez me anime a hacer un volumen. Desfilarán por allí desde Monteverdi hasta Korngold, pasando por mis amiguísimos Janácek, Bartók y Szymanowski. Y tal vez alguien lo acoja en su seno editorial. Acaso sea mejor esperar a que escampe. Aunque no haya garantías.
Por el momento, hago caso al perplejo Lecuona. Arriba quedan los enlaces. Agradecería a los lectores (improbables, como dice Manuel Rodríguez Rivero de los suyos) que se me advirtieran carencias como las que ya ha notado el propio Lecuona. Si son muy humillantes, háganlo en privado, tienen los datos de nuestra sede.