Mayorga y El crítico
La semana pasada se estrenó una nueva pieza teatral de Juan Mayorga (Madrid, Teatro Marquina, hasta 3 de marzo), y eso siempre es una buena noticia: Si supiera cantar, me salvaría. El crítico. Además, fue en el sector teatral privado, un sector que desconoce el riesgo hasta tal punto que siempre se pega batacazos. No vamos a contarles la trama, lo han hecho otros medios: dos personajes masculinos maduros que son un crítico teatral y un autor. Acaso ambos son miembros de especies en extinción. Por el momento, existen dramaturgos como Mayorga, felizmente.
Escribió Debussy que los críticos son un encanto de personas: juzgan y despachan en un rato lo que ha costado años. Mayorga le da vueltas a todo esto: si te ponen bien, es que te lo mereces; si el crítico te pone mal, es que no ha entendido, o algo peor. En nuestro tiempo, lo sórdido y el final desdichado gozan de un prestigio inexplicable e injusto. Cito de memoria, no tengo el texto a mano.
Sheridan escribió El crítico, estrenada en 1779. Es una sátira, mas no contra los críticos, aunque Mr. Sneer (despectivo, en versión literal) no sea un modelo ejemplar de crítico. La sátira es más amplia, y en ellas se desenvuelve la figura sabihonda, mordaz e innecesaria del crítico Sneer, más culto e ingenioso, en su “maldad”, que todos los demás personajes, en especial los “cómicos”.
En narraciones, no en el teatro, Henry James supo poner a la crítica en su sitio, sin necesidad de condenas ni venganzas. Prefirió la crítica en el sentido más difícil, la filológica. La figura en la alfombra es una de sus ironías, que consisten en plantear lo que nunca se resolverá. Este relato es muy recomendable para las ambiciones de los críticos académicos, y su frustración final es, después de todo, algo menos traumática que la de los investigadores de Los papeles de Aspern. A Nietzsche, el filólogo, le horrorizaban sus colegas; y menospreciaba al periodista. Cómo podríamos parafrasear: “odia el periódico y compadece al periodista”. Karl Kraus, periodista y escritor, hundirá en los infiernos a todo tipo de periodista, incluidos los críticos teatrales. Todavía no había cine, por decirlo así.
Para Mayorga, esto es una metáfora. No una parábola, sino un McGuffin para enfrentar dos tendencias. Interesa mucho la manera en que lo hace. Interesa en especial esa sabia manera que tiene Mayorga de incluir elementos literarios en una pieza teatral y que no sean sólo literatura allí pegada a modo de collage, a modo de intertextualidad, sino que se convierten en acción dramática. Por ejemplo, la lectura dramatizada que hacen autor y crítico de una escena de boxeo “privada”. Grandes parrafadas que sirven no sólo para que dos espléndidos actores canten sus arias da capo (Juanjo Puigcorvé y Pere Ponce, bien dirigidos por Juan José Alfonso), sino para que varios géneros literarios se conviertan en situación teatral: un fragmento de literatura dramática, una reseña crítica, una contrarreseña (¿existe este género…?). El monólogo narrativo como acción dramática es viejo como el mundo, pero no siempre se sabe distinguir, no siempre te lo admiten. Eso es narrativo, te dicen, desdeñosos, para descalificar un texto, para indicarte que no es aristotélico. Una pieza de Mayorga como El chico la última fila fue un prodigio de sabia introducción de lo narrativo como situación, y ha servido para un hermoso film de François Ozon, Dans la maison. La narración no es algo que pasa fuera, y ya está, sino algo que se incluye en lo que está pasando, que incide en lo que está pasando, que viene de lo que pasó antes. Aquí, en El crítico, lo más importante no parece ese final, que se ha considerado ingenuo, tal vez con razón; ni siquiera ese guiño (también sabio) en el que Scarpa parece surgido de aquel lejano John F. Kane, cuando éste termina de escribir la crítica que no puede continuar Jed Leland. Todo eso es importante, pero tal vez lo más interesante, aquí, sea el despliegue de los monólogos o diálogos fingidos. No es teatro dentro del teatro, sino pura situación continua sin respiro, y esa situación se nutre, entre otras cosas, de elementos normalmente ajenos al teatro, que aquí cobran auténtica vida teatral.
Por cierto: cada vez hay menos críticos musicales y teatrales. Por mucho que haya (o haya habido) críticos incompetentes y perversos, es de lamentar ese fenómeno como síntoma: cuando un periódico pone a un incompetente como crítico, es una pena, y esa pena es mayor cuanto más difusión e influencia tiene el medio en cuestión. Ahora bien, cuando no tiene críticos, es mucho peor. Sin embargo, como decía hace tiempo un directivo de un periódico: conozco muchos que lo harían, pero no conozco a nadie que pueda hacerlo bien, así que prefiero no asumir una responsabilidad como ésa. Si esto es verdad, no era cierto aquello que decían: “no hay autores” (sabemos que hay bastantes). Lo que no habría es críticos, según eso. Qué problema.