Maratón wagneriano
Wagner sigue siendo una brasa en manos de los teatros de ópera. Su escasa teatralidad, la excesiva duración de sus obras, las exigencias técnicas en cuanto a trucaje escénico y movimiento de masas, la especialidad vocal de sus repartos, sus imponentes conjuntos orquestales, todo contribuye a que sólo unas selectas salas operísticas puedan contar con carteles wagnerianos constantes. El Colón de Buenos Aures siempre ha figurado entre ellas. Pero lo hecho en noviembre de1 2012 supera cualquier expectativa: ofrecer la tetralogía en una sola función.
Para ello se contó con la adaptación de Cord Garben, quien redujo la partitura a la mitad o sea, en términos fisiológicos de trabajo y paciencia, siete horas de maratón espectacular. Garben, en términos estructurales, tiene razón y que trinen los puristas. El Anillo va sobrado de repeticiones y recuentos que, al igual que un rostro envejecido, pueden someterse a cirugía plástica.
En principio, la experimentación contó con las bendiciones de Bayreuth, en cuyo taller se compusieron las escenografías, a la vez que se designó a la bisnietísima de Ricardón, Katharina, como directora escénica, la cual, al ver las malas condiciones del coliseo porteño en cuanto a ensayo y logística –la sala está recién restaurada y esplende como cuadra– tarifó y se volvió a Alemania.
Fue sustituida por Valentina Carrasco, de La Fura dels Baus, compañía experta en la materia. Como pudo, Carrasco tradujo la obra haciendo que el oro del Rhin fuera un bebé, las valquirias unos mercenarios gurkas que mataban guerreros antes de llevarlos al Valhala y que la muerte de Sigfrido culminara a patadas de unos matones del somatén guibichungo. Menos mal que, al término, los niños secuestrados fueron recobrados por sus madres o abuelas y se sustituyó el apocalipsis por un happy end.
La hazaña principal fue que el público aguantó la maratón, auxiliado por un cuantioso buffet a la argentina, bodega incluida, de dos horas. En medio de los primeros calores bonaerenses, cuatro mil señores de corbata y señoras de tiros largos, alcanzaron a oír cómo Brunilda se inmolaba a favor de los bebés desaparecidos y reaparecidos. En fin, si los argentinos tenemos un Papa, una reina y un Balón de Oro, ¿por qué no tener también un Wagner sudamericano, una suerte de campeón mundial de la resistencia operática?