Maestros y discípulos
Toda teoría musical es igual a sí misma pero raramente coincide con las obras que bajo ella se alinean. Las teorías forman parte de la historia de la música. Ésta, por repetir el símil, es igual a sí misma y no a su historia. El serialismo dodecafónico es un buen ejemplo. Su inventor, Schönberg, es su mejor discípulo porque le importaba más la idea que el estilo y, lo que es más decisivo, más que la sonoridad, la materia misma de su arte. Qué se puede hacer con el dodecafonismo quizá sea la pregunta que se formuló Anton von Webern y la contestó con 50 minutos de música. Tras orquestar El arte de la fuga de Bach renunció a componer.
El caso de Alban Berg es sobradamente distinto. Diría que es un compositor que se vale de la atonalidad más que servirla. Escuchándolo con atención tonal, sus breves frases parecen cadencias no resueltas, huidas ante la resolución. Sus acordes se pueden aceptar como tonales en sí mismos. En su concierto para violín cita la tonal armonización de un coral bachiano y hasta el esquema de Muerte y transfiguración de Richard Strauss. La obra termina en mi mayor y con un acorde de sexta, propia de los impresionistas franceses. Su alumno y glosista Adorno consideraba a Strauss y el impresionismo como despreciables productos del mal gusto burgués. Berg no andaba con tantas vueltas y decía: “Al componer, parto de Beethoven y comprendo que no paso de Bizet.”
La tonalidad y su derogación, si se ven como opuestas, resultan engañosas. Una música atonal invoca el sistema de las tonalidades y sus dos modos. Se vale del semitono templado y de los instrumentos canónicos. Constant Lambert, por ello, definía a Schönberg como “un anarquista de sangre azul”. La fórmula no es políticamente incorrecta si pensamos en Kropotkin o Bakunin. También hay campos intermedios: la tonalidad ideal no explicitada (la estudió Schönberg en el primer preludio de Tristán e Isolda) y la evitación de las resoluciones, de la cual hay innúmeros ejemplos en obras posteriores a Wagner. Por algo llamamos a las partituras por su número de opus: porque opus es obra. La teoría llega tarde. A veces, cuando los alumnos se han marchado a componer en sus casas.