Los otros maestros cantores
Los maestros cantores de Núremberg se estrenó en Munich en 1868, con gran pompa monárquica –Wagner compartió el palco regio con Luis de Baviera– y lo que hoy llamaríamos cobertura mediática en toda Europa. La obra, como es sabido, rescata la figura del poeta zapatero Hans Sachs como emblema del arte alemán: genuino, prescindente de extrañas influencias, tardomedieval, artesanal, pequeño burgués. En la frontera con la modernidad renacentista, el poeta aficionado que se gana la vida con su oficio cimenta el futuro de la literatura germánica.
En este sentido, Wagner recoge una tradición que, cómo no, arranca del infaltable maestro Goethe, quien en sus años verdes escribió Misión poética de Hans Sachs(1776) donde retrata al escritor como un lírico callejero, de plazuela, reconocido y aclamado por el pueblo de su ciudad. El zapatero asociado a un concurso poético cuyo premio es la mano de una encantadora y encantada muchacha que vive en una isla legendaria, aparece en la comedia de Ferdinand Raimund La fantasía encadenada (1828). Al año siguiente Johann Ludwig Deinhardstein presenta Hans Sachs, donde insiste nuestro hombre.
El tema y el personaje llegan a la ópera con Albert Lortzing en 1840, en un título homónimo al wagneriano o, mejor dicho, viceversa. En la pieza, Sachs compite por la mano de Cunegunda con Eoban Hesse, humanista y consejero de Ausburgo, una suerte de antecesor de Beckmesser. Intrigas varias castigan a Sachs, a quien se priva de la ciudadanía y se condena al exilio. Interviene entonces el emperador Maximiliano, admirador de un poema de Hesse que resulta ser copiado, plagiado y robado de otro de Sachs. Las cosas se aclaran y el final es feliz.
Lortzing, un nacionalista liberal, hace de Sachs el representante de esa Alemania políticamente aún inexistente pero poseedora de una identidad nacional gracias a la poesía y la música. Wagner, de procedencia política distinta –anarquismo bakuninista-, con la imprescindible ayuda del Rey Loco, suprime al emperador, introduce al joven Walter que se quedará con la chica del caso, y tiñe a Sachs con la melancólica convicción del hombre maduro que ha de renunciar a su amor en dirección a la pareja de jóvenes enamorados. De tal guisa, Wagner sintetiza su sensibilidad crepuscular y decadente con su proclama en pro del arte como empresa de futuro. En todo caso, la vieja y la nueva Alemania. Su admirador y reventador, Nietzsche, propondrá la fórmula: Alemania tiene pasado y futuro pero no sabe estar en el presente. Cuenta con la vejez y la juventud pero le falta madurez. ¿Premonición?
En la foto: Albert Lortzing (1801-1851).