Los noventa de Pierre Boulez
Es feliz la circunstancia de que Boulez cumpla 90 años y esté presentable, aunque la ancianidad parece poco propicia a una personalidad tan vivaz y traviesa como la suya. En efecto, la carrera de Boulez está sembrada de polémicas, de reacciones airadas, de juicios rasantes, todo muy en la tradición de la vanguardia francesa. En ese punto, quizá, se sitúe lo que define la carrera buleciana: en la intersección de la vanguardia y la institución, una suerte de academicismo vanguardista. Boulez fue el fundador de auténticas instituciones como Domaine Musicale, Ensemble Intercontemporain e Ircam.
Creo que el elemento más uerte de este femeno se llama cultura francesa. Los franceses, en el seno de una vida cultural fuertemente conservadora, han reunido tradicionalmente la capacidad de volver universales sus hallazgos que, en muchos casos, eran réplicas de hallazgos ajenos. Boulez introdujo el atonalismo en el París de la segunda posguerra y llevó a sus escenarios operísticos Wozzek y Lulú. En Buenos Aires, Juan Carlos Paz hacía pinitos atonales ya en los años treinta y las obras de Berg se conocieron diez o quince años antes que en París. Lógicamente, ese confín austral de Occidente —la fórmula es de Bernardo Canal Feijoo— no propalaba sus cosas como París y por algo será. Hoy pesamos en el concretismo musical citando a Pierre Schaffer pero los primeros ensayos de música concreta los hicieron Balilla Pratella y otros futuristas italianos cuatro décadas antes.
Nada de esto quita mérito a la tarea de Boulez pero conviene recordarlo para resituarla. Su cumpleaños es feliz no sólo para él sino también para Francia y para el intangible y entero planeta llamado Música.