Librecambio III: trampas.
La cultura para el que se la pague, dice el filisteo que ignora que lo estamos subvencionando. A él, al filisteo. Mediante la protección.
Ahora bien, el que hace la protección, hace la trampa. Y en ella caen los consumidores, heridos; y más tarde los elefantes protegidos, que aplastan a los heridos. Nos movemos, aquí y en otros países, entre el idiota librecambista y el mamón protegido. Pueden coincidir, ya lo saben ustedes. En democracia, diez votos del tonto librecambista que no sabe que está protegido valen, lógicamente, diez veces más que un voto del que sabe que no puede permitirse el librecambio. Aquellos diez idiotas viven gracias a la protección que ignoran, que gozan y que nunca visita sus conciencias. Qué lío, ¿verdad?
Pero no deja de ser un problema, porque aquél cree que puede seguir pidiendo que “su rico” sea para él y no para los perezosos del sur. Solidaridad para el sur, no; redistribución para mí, sí. Pero el protegido sabe que lo es, y que si el tonto vota lo que los idiotas le solicitan, se va a crear un problema. Cómo impedir que el idiota librecambista forrado de identitario nos reviente el mercado con su voto imbécil. La democracia contra sí misma. No sería la primera vez. Pero es interesante asistir a este espectáculo, más sicología social que sociología o que historia; más zoología que sicología social, si quieren. Azuzado, además, por quienes perderían más de darse “la cosa”. Que no se dará, claro, pero que hundirá en la frustración al pobre nibelungo identitario, que no tiene otra cosa que su resentimiento nietzscheano mal encaminado.
Hermoso espectáculo el del tonto librecambista, que puede aplaudir, arropado en los comentarios a la información de un periódico, a menudo viles (los comentarios), el cierre de las salas de cine agobiadas a impuestos, a piratería y a saña de la barbarie nacional. Bah, son salas para enteraos, para gente que se las da, para unos pocos, por qué voy a tenerlo que pagar yo con impuesto, venga ya. Imagínate, podrían añadir, en salas como ésas se han puesto óperas. Eso lo dice todo. Qué se puede esperar de gente a la que le gusta la ópera. Anda ya, y que cierren salas, que se jodan. Comentarios así pueden encogerte el corazón, pero lo hay mejores: como cuando un matrimonio se suicidó por deudas y algún espontáneo, ejerciendo su democrático derecho, decía que los suicidas tenían un chalé, que lo hubieran pensado antes (y algo peor).
Como todo el mundo sabe, en España somos librecambistas para comprar y proteccionistas para vender. Continuará.