Liberman: Kadish por Gustav Mahler
Treinta años tiene ya el libro Gustav Mahler o el corazón abrumado, de Arnoldo Liberman. Arnoldo es sicoanalista, argentino, melómano, judío de raíz ashkenazi, escritor de cuestiones musicales y de lirismos y de ensayos perturbadores. Ninguna de esas condiciones es incompatible con el resto, o eso creo; pero juntas adquieren una dimensión que nos permitiría, quién sabe, trazar el retrato de un artista incandescente: Arnoldo. Treinta años después, la incandescencia mahleriana de Liberman se traduce en esta oración, en este rezo, que en rigor es retrato, evocación mágica de un hombre y un artista y una figura y una biografía. No olvidemos que Liberman también escribió AEIOU, la Viena de Mahler y Freud. Ahí nos hablaba de aquella Viena que desbordó arte e ilustración, música y creatividad. Ahora bien, aquella ciudad que creció tras la frustración del Imperio, desbordó también maldad a raudales, desde cierto alcalde social-cristiano antisemita, seductor de masas corrompidas y bastante cabroncete, hasta las jornadas de marzo de 1938, Dios mío, que Dios los perdone, y que Dios nos libre, no ya de estar en la piel de los perseguidos, sino de tener la oportunidad de estar en la de los perseguidores, uno nunca sabe…
En 2011, año del centenario de la muerte de Mahler, que por muy poco no llegó a cumplir los cincuenta y uno, Liberman nos trae este otro ensayo sobre Mahler. Es un Kadish, esto es, un rezo para el que es necesario un minián, un quórum de diez hombres, al menos. Aunque hay diversos rezos que son Kadish, el que honra a los muertos y consuela a los huérfanos es el Kadish por antonomasia. En este sentido creo que usa Arnoldo el término, y le sale una oración, y le sale un retrato.
Tengo el Kadish por Gustav Mahler tan asendereado y anotado que ahora quisiera citarles a ustedes lo menos la mitad del libro. Veamos: “En un mundo donde la búsqueda de lo absoluto ha sido abandonada y la religión relegada, Mahler amaba lo sagrado (…) Mahler, claro, no era un religioso militante, pero sí un espíritu religioso (o habitado de religiosidad, como me gustar decir a mí)”. También dice: “…indagando sobre su vida estoy en realidad indagando sobre la mía”. Cuénteme veinte historias, decían más o menos tanto Max Frisch como Leonardo Sciascia, y sabré de usted más que si trata de confesarse. Liberman es de la estirpe de los freudianos, y acaso un trozo importante de su corazón está en Leopolstadt, mas tambien en Berggasse, esto es, entre el distrito segundo de Viena, todavía hoy habitado por bastantes judíos, y la casa de Freud, en el noveno, cercanos los dos a la Innerstadt. “El estigma de la alteridad –‘el judío no pertenece de verdad al país en que vive’- tuvo en Viena su expresión más prominente. El judío no era un hijo del país, sino un hijastro, y a diferencia del hijo natural, no podía demandar su derecho al amor. Tenía que probar sus méritos”. Para ser nombrado director de la Hofoper, como es sabido, Mahler ha de convertirse al catolicismo, pero le dice a un conocido que no es por mérito artístico por lo que ha tenido que convertirse para el nombramiento, sino “por una protección femenina”. Ironía, o acaso sarcasmo. La ironía puede servir, entre otras cosas, para hacer llevadero lo intolerable, aquello contra lo que no se puede luchar.
A lo largo de varias serpentinas (capítulos) Liberman traza una semblanza que tiene algo de rompecabezas que se instala él solo en la mente del lector a medida que éste avanza en tan breve y hermosa obra. Una imagen que se forma a partir de pinceladas, secuencias, intuiciones. Si Viena era tan rica en intelecto y en arte, en sicoanálisis y en música, es lógico que Mahler tenga algo que ver con muchos talentos de su tiempo, aunque no sean músicos o no los conozca en persona, no sólo Schoenberg o Wolf, sino también Kafka, de quien no debió de tener noticia y que vivía allá en Praga, o el entonces demasiado joven Joseph Roth, cuya vida intelectual es muy posterior a la muerte del músico. Lo mismo que Freud y Schnitzler, almas demasiado parecidas como para entablar una amistad. Esa red de correspondencias aparece en este libro a todo lo largo de un relato que no es lineal, que no es novela, que es imagen viva de un artista admirado por quien empuña la pluma de nuevo para rezarle junto con otros hombres justos. Los que lean el libro, acaso.
Arnoldo Liberman: Kadish por Gustav Mahler. Sefarad Ediciones, 2011. 132 páginas.