Leopardi escucha a Rossini
Aparentemente, nadie más lejano al músico Rossini que el poeta Giacomo Leopardi, el melancólico, pesimista y dolorosamente grave poeta de Recanati frente al compositor de Pesaro, vital, pimpante, alegre de estar vivo y alentar la vivacidad de quien lo escucha. Sin embargo, Leopardi fue un consecuente seguidor de Rossini por los teatros marquesanos, romanos y boloñeses. Además, Giacomo era amigo de Carlo Pepoli, libretista de ópera, y de la soprano Marianna Brighenti, quien lo recordaría en su olvidada y empobrecida vejez. El poeta contaba a su hermana Paolina, soltera y encerrada en el lóbrego caserón paterno, las funciones rossinianas a las que había asistido y que ella debía reducirse a seguir por las revistas de moda y cotilleos que recibía en su pertinaz retiro.
Leopardi conoció funciones de Semiramide, Il turco in Italia, Torvaldo e Lordiska y, desde luego, el infaltable y pertinaz Il barbiere di Siviglia, que sigue siendo, tal vez, la obra operística que más se reitera por el mundo. Hasta asistió a una representación de La donna del lago en el Torre Argentina de Roma, que duraba no menos de seis horas, suponemos que a causa de los largos intervalos que imponían los cambios de decorados y los entremeses que se engullían los espectadores en algún café de las inmediaciones.
El poeta lagrimeaba al oír al músico, cuyas melodías lo sumergían en “una melancolía dulce pero muy distinta de la alegría”. La música lo puede todo, hasta esta sensación de un goce ajeno al placer y más allá de todo sentimiento conocido. Quizá sus lágrimas provenían de un antepasado del romanticismo, Rousseau. Pero, dejando de lado culaquier erudición, es posible que Rossini fuera capaz de tales arrebatos, ya decididamente románticos y nada exteriores a su música. El compositor y el escritor convergían en esa distancia conmovedora que llamamos ironía y que los románticos conocieron y exploraron con autoridad.
Nunca sabremos cómo sonaban aquellas páginas en aquellos años, qué voces encarnaban en los pentagramas, de por sí mudos y sugerentes. Hoy vivimos una recapitulación, una nueva y atenta revalorización del acervo rossiniano. Podemos aproximarnos a la intimidad de esas páginas, superando clichés y malos entendidos. Al volver sobre ellas, Leopardi y Rossini insisten en reunirse, nutriendo nuestra imaginación en pleno siglo XXI.