Las óperas de don Benito
Es una convicción bastante pacífica que los países de nuestra lengua han tenido siglos enteros de letrados sordos a la música. La cosa no es tan tajantemente cierta pero se le aproxima lo suyo. En el caso de Benito Pérez Galdós, el máximo novelista español del siglo XIX, activo las dos primeras décadas del XX, hay lecturas para todos los gustos. La materia ha sido prolijamente tratada en títulos como Galdós crítico musical de José Pérez Vidal, Galdós y la música de Pedro Schlueter y La biblioteca de Pérez Galdós de Chonon Berkowitz.
Entre sus libros, don Benito tenía unos pocos de historia musical. También, algunas partituras. En su casa hubo un piano vertical y se celebraban reuniones musicales. Que él hubiera estudiado piano y tocara este instrumentos y el armonio, son datos conjeturales. El único documento concreto es la copia de una partitura de sardana de su puño y letra.
Se conocen sus textos sobre música. Menudean los que son crónicas de sociedad, el público de los teatros de ópera, un par de semblanzas de divos como la Patti y Gayarre, trascendidos con opiniones de terceros, un perfil de Beethoven de escasa consistencia y, esto vale la pena tenerlo en cuenta, un juicio muy desfavorable sobre la ópera española en relación a la florida época de las correspondientes producciones en tal género de Italia, Francia y Alemania.
En sus relaciones con el teatro lírico parece confirmarse este asunto. Galdós se vinculó con algunos músicos españoles, se carteó con ellos, siempre con un talante de mutuo respeto. No se llegó mucho más lejos. Joaquín Malats y Ruperto Chapí proyectaron óperas sobre textos galdosianos, sin cuajar ninguna. Arturo Lapuerta se valió de Zaragoza, uno de los Episodios nacionales, nombre de una sucesión de cuadros con música de Vives y Lleó. De todo esto sólo perdura Cádiz de Federico Checa, exhumada en fechas recientes, en especial por la marcha homónima que ha acompañado a cuantiosas celebraciones patrióticas y alguna vez se pensó instaurar como himno nacional. Marianela, convertida en pieza de teatro por los hermanos Álvarez Quintero para la actriz Margarita Xirgu, fue musicada por Jaime Pahissa en 1923, cuando don Benito había ya fallecido. Pahissa se exiló en la Argentina al cabo de la guerra civil y allí fue un apreciado maestro de composición y primer biógrafo de Manuel de Falla, con quien mantuvo una sostenida amistad.
Galdós insiste en recoger lectores por todos los ámbitos de la lengua. Su teatro, en cambio, sigue atesorado en las cámaras del olvido. No así en tanto inopinado guionista de cine. Lo acreditan filmes como Nazarín, Tormento y El abuelo en España y este último título y Marianela en la Argentina. La escena lírica tal vez vuelva a interesarse por él. Será una más de las óperas de don Benito.
Blas Matamoro