Las madres de Wagner
En el dúo final de Sigfrido, el héroe descubre que la dormida Brunilda no es un hombre, es decir un varón. Ella intentará convencerlo de que es una mujer, con lo cual Sigfrido la cree su madre, única mujer de la que tiene referencias, aunque no la recuerde. Entonces, más embrollo: su madre está muerta. ¿Cómo puede ser que esta mujer esté viva? En consecuencia, no es mi madre por más que ella me recuerde de niño, cuando me salvó la vida dado que mi madre murió al darme la suya. Si no es mi madre podemos hacer el amor sin peligro de incesto. En esquema, así acaba la ópera.
Como se ve, hay pasto para psicoanalistas y Georg Groddeck más otros colegas han metido el diente en el asunto. Transferir el amor sexual de la madre a una tercera mujer que será su sustituta permitida sin acabar jamás de serlo, es uno de los actos fundantes de la cultura, una de las señas básicas de la subjetividad.
En el dúo entre Parsifal y Kundry ocurre algo similar, aunque con distinta resolución. Kundry acunó al niño al cual ahora quiere llevar al huerto (de momento, están en un jardín y vaya en qué jardines se ha metido el chico) y, al final, el casto loco salvará su castidad junto con su locura. En cualquier caso, la figura materna como seductora insiste.
Hay más en Wagner, donde la mujer es muy a menudo madre, legítima o no, virginal o prolífica, en tanto da al varón la clave de su buen hacer en la vida. Dicho más rápidamente: lo salva, lo redime, lo hace renacer. A veces, sacrificándose, como Elisabeth y Senta respecto a Tannhäuser y al Holandés. A veces, con buenos consejos, como Erda respecto a Wotan. Hasta Isolda, para engatusar a Tristán, recurre a unos hierbajos que preparaba su madre. Elsa, en cambio, ni puede ser madre ni tiene ningún varón a mano para redimir, pues Lohengrín la deja tras una frustrada noche nupcial y se vuelve, cisne mediante , a su mágico reino. Y así le va a la pobre, que cae muerta poco antes del último telón. En Los maestros cantores, la muchacha que aman el maestro y el discípulo, se llama Eva, la remota madre de todos nosotros.
Wagner, como buen romántico, fue matriarcal. Creía en la madre patria, el derecho materno, la lengua materna y hasta en un arte que reunía las tres maternidades en una: la música. En efecto, oímos la voz de nuestra madre desde su seno, antes de nacer. Suele cantarnos. Nos anuncia el mundo, que luego no nos resultará tan armonioso. No importa. Las buenas madres saben practicar el arte de la promesa. Es un arte que empieza con una canción.