Las chicas de Sgambati
Giovanni Sgambati (1841-1914) es un músico italiano que algunas ediciones discográficas eruditas están rescatando del olvido. Junto con Martucci y algún otro, encabezó un movimiento a favor de la música no operística para que Italia superase el monocultivo de su arte sonoro bajo cierta influencia germanizante. Se lo reconoció como un estupendo pianista, gozó de la privanza y el apoyo de Liszt y dejó un catálogo especializado en partituras para la tecla más alguna página sinfónica que yace en la penumbra.
Esta distancia de Sgambati respecto a sus colegas y paisanos le permitió juzgar con distancia y buen humor el pleito entre la operística alemana –léase Wagner– y la italiana –léanse los grandes nombres por todos conocidos. Decía que los italianos se entregaban al dolce far niente y Wagner, al penibile dir niente. Unos a la holganza y la fiacca y el otro, a un trabajoso no decir nada. Desde luego a Sgambati le sobraban las palabras en la música, prefería suprimirlas. Pero hay más. Para él, la música escénica era como un escrutinio de mujeres. La ópera italiana era una furcia; la francesa, una cocota; la alemana, una chica virtuosa que se ufanaba de su honestidad y no quería ser confundida con las demás. No tenía vicios pero tampoco temperamento, buen humor, amabilidad ni gracia. Desde luego, la virtud es grave, odiosa, desangelada y aburrida.
¿Exageró el buen hombre en su tajante y ácido juicio? La ópera es un sustantivo femenino pero incidir en ello puede ser visto como un rasgo de machismo. En esto, los ingleses podrían esbozar un gesto de perplejidad seguido de un encogimiento de hombros. En efecto, su lengua no adjudica género sexual a los sustantivos. Con esto, la ópera sería asexuada o simplemente –complejamente, por mejor decir– andrógina. Los músicos italianos, según sabemos, siguieron componiendo óperas. El ejemplo magistral lo propuso Verdi cuando, octogenario, se rió de cuanto había tomado en serio en su jocundo –adviértase que uso el masculino– Falstaff.