Lana Turner
¿Lana Turner, diva de ópera? Quiero decir: ¿la figura, la vida, la obra de Lana Turner darían para una ópera? Sí, sin duda, como tantas vidas de divas y menos divas. El cine ha contado a su manera (una de sus maneras, la melodramática) historias como la de Jean Harlow (Carroll Baker, dirigida por Gordon Douglas) o Frances Farmer (Jessica Lange, por Graeme Clifford). Creo que no se ha atrevido todavía con historias siniestras como la de la muerte de Virginia Rappe. Sí se ha atrevido parcial y fugazmente con el episodio más horrible de la vida de Lana, pero eso es debido a que nutre una de las tramas paralelas de L.A. Confidential, la novela de James Ellroy adaptada al cine por Curtis Hanson. Ahora diremos algo de ese episodio.
La ficción pura, aunque basada en una atmósfera real (más que en hechos reales), dio lugar a Sunset Boulevard, de Billy Wilder, en la que una voz en off que corresponde a Joe Gillis (William Holden), el personaje que muere (toda una novedad para la época) nos cuenta la progresiva locura de quien fue diva del cine, Norma Desmond (Gloria Swanson). No me digan que no es operística la historia de Norma Desmond… Si los operistas han sido capaces de llevar al teatro lírico con auténtico magisterio obras como La vuelta de tuerca o Makropulos (por no citar sino dos clásicos del teatro lírico del siglo XX) pueden con más razón llevar a Norma Desmond al escenario y al canto. Lo mismo, a Lana Turner.
Para esta última, para Lana, podría partirse de una espléndida pieza teatral del español Pedro Víllora y el argentino Octavio Aceves, titulada precisamente Lana (Éride Ediciones, Madrid, 2010). No sé si el pequeño cinéfilo que llevo dentro es el que me dice que todo el mundo puede disfrutar de esta pieza, aunque no sea aficionado al cine. Digo que soy un pequeño cinéfilo porque creí serlo grande hasta allá por 1995, cuando vi los primeros programas de Garci, (esos tipos sí que son cinéfilos) y me encanta este texto, que es a menudo monólogo, que no se desarrolla en un momento dado de la vida de Lana, sino en todos, que es elegía y lamento, pero que también es celebración y amor. No hay nada de denigración hacia Lana, si acaso es Lana la que denigra a alguno de sus siete maridos, a muy pocas colegas, o a ninguna, y a algún que otro perversillo personaje que pasó por su vida. Ya les digo, este texto es amor. Amor por Lana, aunque advierto que no es el amor trivial del cazador de pequeños mitos, sino el amor de quienes tratan de fundir la humanidad frágil y la belleza formada a base de glamour, esto es, de simulacro, ficción después de la ficción y maquillaje no sólo de cuerpos.
No es vida de santa, claro está. Tampoco vida de santa proterva, como hoy día abundan en virtud de la inversión de los valores y la celebración del malditismo, a menudo fingido.
Víllora y Aceves muestran gran conocimiento de la vida de Lana y de la situación de Hollywood. Tiene especial interés, claro está, el episodio a la que aludíamos antes. Lana tenía un amante mafioso, Johnny Stompanato, que debía de ser maltratador, chulo y descontrolado (por decirlo todo finamente), además de guardaespaldas de Mickey Cohen. Maltrató a Lana, chuleó a Lana, se metió en la vida de Lana… En una noche de violencia casera, Cheryl, la hija de Lana y Stephen Crane, lo mató con un cuchillo. Entre paréntesis: no hará falta decir que ese Crane nada tiene que ver con el novelista que escribió La insignia roja del valor. Vale. En fin: un dramón, un calvario a continuación, un juicio, un escándalo, hipótesis malévolas sobre Lana…
Con respecto a su relación con Johnny, Víllora y Aceves la disculpan mucho, o introducen disculpas en el monólogo de Lana, ese que le cuenta a un joven presente siempre en la obra y que le da réplicas propias o en forma de cartas y de caricias. A menudo, cuando a una la chulean es porque es carne de cañón, dicen algunas personalidades severas. Quién sabe si el amor es ciego y ciega a Víllora y a Aceves; o es clarividente, y les hace ver lo que para los demás está oscuro o invisible porque no aman.
Cuando vea a Víllora y a Aceves les preguntaré una cosa que me rondó por la cabeza desde que supe la historia. ¿Cómo volvió Lana a rodar, en qué estado? Su siguiente película tras el caso fue Imitation of life, la última para Hollywood de Douglas Sirk (1959), con trama de conflicto entre madre actriz que regresa a los escenarios e hija adolescente que se revuelve (la trama racial es paralela, aunque ambas se encuentran a menudo). Vemos esa película y encontramos a Lana realmente bella, nos impresiona, nos conmueve por ella misma, al margen de la historia. Qué elegancia, qué presencia. Debería cantar un aria…
Lo de Stompanato es posible entenderlo: Lana se había divorciado de su cuarto marido, un tipo al parecer especialmente siniestro, Lex Barker, uno de los tarzanes de antaño, el que golpeará a Marcello en La dolce vita; quería tal vez quitarse de la cabeza el recuerdo agobiante, y se lió con ese antiguo marine guapillo y cabrón. ¡Ay, lo que a una le gustan los cabrones!
Mientras este hermoso texto llega a los escenarios (operísticos o no), no viene mal echarle una lectura. Imaginar a Lana, la auténtica, a la que vimos en tantas películas y que acaso muchos jóvenes ignoran quién es, en estos parlamentos que le adjudican con la verdad de la poética dos dramaturgos inspirados.